RECUERDO
Recuerdo los días previos a la
celebración de mi Primera Comunión. Recuerdo escuchar a mi madre decir que,
cuando saliera del colegio, tenía que ir derechito al horno para ayudarle a
hacer los dulces que íbamos a comer el día de la fiesta y que luego
repartiríamos al resto de la familia y amigos que no pudiesen venir.
Recuerdo también como, días antes viniese el cámara y el
fotógrafo para hacer el video donde contaba todos los regalos que me habían
hecho y quien me lo había regalado. Cómo me hicieron cambiarme y vestirme como
si fuera a ir a la parroquia mientras me ayudaban mi padre y madre con una
sonrisa de orgullo (ellos sabían muy bien lo importante que era esa fiesta para
mi fe) y con la sonrisa picarona de mis hermanos, uno de ellos mi catequista,
mientras me quedaba medio en cueros ante el objetivo de la cámara.
Recuerdo también preparar las
mesas en casa de mi abuela el día anterior a la Comunión mientras ella, mi
madre y, creo recordar también a mis tías, preparaban el “Lomo de Sajonia” que
iba a ser el plato principal del día siguiente. La bebida, los detalles para
los invitados (la familia más allegada) , las harmónicas para los niños con la
fecha de mi Comunión, las bandejas con los dulces que había ayudado a preparar,
etc…
Recuerdo el mismo día de la
Primera Comunión. Bajar por las escaleras de mi casa a la calle, la traca que
tiraron cuando salí, todos los vecinos asomándose, el camino hasta la
parroquia, el encuentro con mis amigos todos vestidos para la ocasión, la
parroquia a reventar de gente, el momento de tomar el Cuerpo de Cristo y,
después, su Sangre (que me la dio mi hermano el catequista). La comida, la
fiesta y el beso de mi madre al dormir mientras me preguntaba si me lo había
pasado bien.
Si me preguntáis si era
consciente de lo que estaba ocurriendo a mi alrededor perfectamente os diría
que no. Es complicado (que no imposible) que a esas edades nos demos cuenta del
paso tan importante que damos. Quizá ese día no, pero el domingo siguiente si,
y al otro, y al otro,…y poco a poco vas dándote cuenta de que ya no te quedas
sentado en el banco mirando como comulga la gente, sino que participas como uno
más.
Doy gracias a Dios por
mantener vivo ese recuerdo; pero doy más gracias a Dios por haber podido
continuar comulgando hasta el día de hoy, de haber podido celebrar la
Eucaristía junto con mi familia. Me siento afortunado porque, desgraciadamente,
no todos pueden decir lo mismo que yo.
Padres y madres que preparáis
ahora las Primeras Comuniones de vuestros hijos…por Dios, que no sea la primera
y la última. No enseñéis a vuestros hijos a aparentar y a posar…sino a creer.
Vuestro párroco