Domingo mariano
Casualidades de la vida que
este domingo coincidan dos fiestas importantes. La primera la fiesta de la
Virgen de los Desamparados y la segunda la fiesta de Nuestra Señora de Fátima.
Si bien es cierto que, esta última, se limita a las calles del barrio de la
parroquia de Fátima y la primera en toda la diócesis de Valencia.
Creo que la importancia de una
fiesta no viene determinada por la repercusión que esta tiene sino en cómo se
vive. Más aun, creo que debería medirse también por la capacidad de
trasformación que dicha fiesta provoca en los que la celebran.
A menudo nos quejamos de que
nuestras parroquias están vacías, que somos poca gente,… y no voy a decir que
no me preocupa la situación. Ahora bien, estos días que las parroquias se llenan
de gente por motivo de las comuniones, no es que me llenen de esperanza. Más
bien lo contrario.
Son celebraciones en las que,
si te lo curras, la gente se lo puede pasar bien y rezar un poquito. Pero, como
diría un buen amigo mío sacerdote, se quedará en la “pastoral del buen
recuerdo”, es decir, la gente recordará que han estado en una celebración
bonita y poco más; no habrá una continuidad en su vida de fe.
Sin embargo, me temo que la
realidad es otra. Al igual que en las comuniones (por poner un ejemplo) estas
fiestas se convierten en humo, es decir, algo que se ve pero que pronto se
disipa hasta que desaparece por completo. Y eso es triste.
Sólo me queda una cosa, la más
importante de todas. No es precisamente el hecho de pensar una dinámica
llamativa para este tipo de celebraciones sino que, mientras lo preparo, acudir
a la oración y rogarle al Señor que algo de lo que digamos o hagamos estos días
cale en el corazón de, al menos, una persona.
Que el Señor, por intercesión
de nuestra madre la Virgen María, en cualquiera de sus advocaciones, nos lo
conceda.
Vuestro párroco
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