sábado, 12 de mayo de 2018


Domingo mariano
Casualidades de la vida que este domingo coincidan dos fiestas importantes. La primera la fiesta de la Virgen de los Desamparados y la segunda la fiesta de Nuestra Señora de Fátima. Si bien es cierto que, esta última, se limita a las calles del barrio de la parroquia de Fátima y la primera en toda la diócesis de Valencia.

Creo que la importancia de una fiesta no viene determinada por la repercusión que esta tiene sino en cómo se vive. Más aun, creo que debería medirse también por la capacidad de trasformación que dicha fiesta provoca en los que la celebran.

A menudo nos quejamos de que nuestras parroquias están vacías, que somos poca gente,… y no voy a decir que no me preocupa la situación. Ahora bien, estos días que las parroquias se llenan de gente por motivo de las comuniones, no es que me llenen de esperanza. Más bien lo contrario.

Son celebraciones en las que, si te lo curras, la gente se lo puede pasar bien y rezar un poquito. Pero, como diría un buen amigo mío sacerdote, se quedará en la “pastoral del buen recuerdo”, es decir, la gente recordará que han estado en una celebración bonita y poco más; no habrá una continuidad en su vida de fe.

Lo mismo pasa en las fiestas significativas como las que nos ocupan este fin de semana. Puede ser que la parroquia de Fátima se llene o que la plaza de la Virgen en Valencia no quepa un alfiler, pero, ¿Qué pasará el domingo siguiente? ¿Y al otro? Me queda la esperanza de que toda esa gente que acude a este tipo de celebraciones tendrá una vida de fe en otras parroquias.

Sin embargo, me temo que la realidad es otra. Al igual que en las comuniones (por poner un ejemplo) estas fiestas se convierten en humo, es decir, algo que se ve pero que pronto se disipa hasta que desaparece por completo. Y eso es triste.

Sólo me queda una cosa, la más importante de todas. No es precisamente el hecho de pensar una dinámica llamativa para este tipo de celebraciones sino que, mientras lo preparo, acudir a la oración y rogarle al Señor que algo de lo que digamos o hagamos estos días cale en el corazón de, al menos, una persona.

Que el Señor, por intercesión de nuestra madre la Virgen María, en cualquiera de sus advocaciones, nos lo conceda.

Vuestro párroco

No hay comentarios:

Publicar un comentario