viernes, 22 de junio de 2018


menos es MÁS
Las festividades de los santos no están puestas al azar en el calendario. Cuando recordamos alguno de ellos en la liturgia, lo hacemos el día en que nacieron a la Nueva Vida en Cristo. No el día de su nacimiento sino el día que murieron.

Solo hay dos casos en que no es así. El primero es el de Jesús, en la celebración de la Nochebuena del 24 de diciembre que prolongamos hasta el día siguiente. El segundo es el que celebramos este fin de semana: el nacimiento de San Juan Bautista, el precursor.

Seis meses justos separan ambas celebraciones. ¿Esto significa que tenemos noticias exactas del nacimiento de ambos? La verdad es que no. Sin embargo, estas celebraciones no están puestas porque sí.

Para encontrar una respuesta tenemos que mirar el cielo; más en concreto, al astro rey. Las dos festividades coinciden con el solsticio de invierno y de verano. Si bien es cierto que este fenómeno ya se celebraba en las religiones paganas, el cristianismo las hizo suyas dándoles un sentido pleno.

Y ¿por qué se celebran precisamente en esos días? En Navidad, es decir, en el solsticio de invierno, el sol cada día va ganando tiempo dándonos más horas de luz. En el nacimiento de San Juan, el solsticio de verano, ocurre lo contrario, cada día tendremos menos sol y, por lo tanto, menos horas de luz.

Si aplicamos esto a la vida de Jesús y de Juan, la explicación al por qué celebramos estas dos festividades en esos días es realmente preciosa. San Juan comenzó anunciando que venía el Mesías, tuvo discípulos, lo escuchaba mucha gente. Pero hubo un momento que dejó de hablar, se hizo a un lado para que todos fijaran su mirada en Cristo, el Cordero de Dios, como lo llamó en el Río Jordán.

Por lo tanto, San Juan, como el sol durante el solsticio de verano, tiene que disminuir para que Jesús vaya aumentando, como ocurre con el sol durante el solsticio de invierno.

Celebrar esta festividad, lejos de las supersticiones que rodean a la noche de San Juan, es recordar que nuestra vida como cristianos tiene que ser un reflejo de la de Cristo. Todo aquello que hagamos debería ser una continuación de la obra de Jesús de forma que disminuya nuestro egoísmo y aumente la Gracia del Señor en nuestra vida.

Los cristianos tenemos que ser sal y luz como nos dice Jesús, pero no debemos olvidar que ambas son de Él y no nuestras. Que todo lo que hagamos sea para mayor gloria de Dios.

Vuestro párroco

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