viernes, 28 de diciembre de 2018


Bombones
Una película que me gusta mucho y, a pesar de lo larga que es, la he visto en repetidas ocasiones es Forrest Gump. El personaje repite en varias ocasiones una frase que le decía su madre: “La vida es como una caja de bombones. Nunca sabes lo que te va a tocar”. Es verdad, estos días que nos atiborramos de dulces, si tenemos la suerte de topar con una caja de bombones de diferentes sabores, tentamos a la suerte mientras nos fijamos en formas y colores para escoger el bombón deseado.

Los habrán que nos gusten más y que nos gusten menos. Algunos querremos repetir pero no encontraremos otro igual. Otros nos parecerán amargos o menos apetitosos y, aunque intentemos evitarlos, caeremos más de una vez en el error de volver a cogerlos pensando que no los hemos probado antes.

Esta semana se nos presenta de nuevo una caja de bombones nueva. Sin estrenar. Con el envoltorio intacto, dispuesta a que le hinquemos el diente. Es una caja grande, muy grande. Tiene 365 bombones de diferentes sabores. Cada uno con su particularidad que los hace únicos. Muchos de ellos tendrán sabores parecidos pero cada uno será diferente, especial e irrepetible.

Al pasar los días veremos como la cantidad de bombones irá disminuyendo. Habrá quien empiece la caja un poco más tarde que el 1 de enero…esa será su primera caja de bombones. Esas personas tienen suerte: sus bombones tienen todos el mismo sabor dulce de la infancia, de los juegos, de las sonrisas. Son sólo unas poquitas cajas así; pronto empezarán a incorporar sabores nuevos que no serán tan agradables pero, mientras tanto, ¡a disfrutar!

Habrá quien, a mitad de caja, comience a compartirlos con otra persona. Esas personas descubrirán sabores que hasta ese momento no se habían podido imaginar. Habrá quien decida compartir los bombones para siempre con la otra persona y quien ira alternando su caja con otras de forma esporádica. Estas últimas tendrán ganas de compartir sus bombones con la persona que les haga sentirse especial…pero todavía les queda por probar algunas cajas para encontrar la definitiva.

Otros, sin embargo, se quedarán sin poder acabar sus bombones. Descubrirán un nuevo sabor: espectacular, divino, reparador,… Las personas que rodean a estas últimas que no acabarán sus cajas, sólo encontrarán bombones amargos…pero será por un tiempo. Luego volverán a encontrar sabor dulce en sus vidas.

Bombones tendremos de muchos tipos. No podremos evitar sus sabores pero sí que podremos pedir fuerzas a Dios para saber encajar los amargos y disfrutar de los dulces. Porque de eso se trata…de dejarse sorprender por los bombones que nos toquen. Feliz caja nueva…feliz año 2019.

Vuestro párroco

viernes, 21 de diciembre de 2018


NO ES OTRO CUENTO DE NAVIDAD
El pasado fin de semana ocurrió que, una persona de las que leen habitualmente en la parroquia, se emocionó mientras leía. La iglesia estaba medio llena y nadie hizo la menor mueca de desprecio ni de asombro.

Al acabar la Misa me acerqué a esa persona para ver si pasaba algo. Sólo una mujer se había acercado a ella para preguntarle cómo estaba. Mientras conversábamos una chiquilla con cierta discapacidad psíquica, que había entrado a ver el belén, se acercó a la persona con la que estaba hablando y, acariciándole el brazo, le decía que no llorara más. Hizo lo que le salió del corazón consiguiendo sacar una sonrisa de la persona que estaba a mi lado.

A diferencia de las personas que habían visto a esta persona llorar, esta chiquilla, no tuvo miedo ni reparo a la hora de acercarse a ella para calmarla un poco. No critico la actuación de las demás personas. Quizá hubiera hecho lo mismo si me encontrara en su lugar. Tal vez el miedo a no saber qué decir nos paraliza a la hora de empatizar con el otro.

Sólo cuando actuamos desde el corazón esos miedos desaparecen haciéndonos más fuertes y valientes. Y, a mi parecer, eso es lo que vamos a celebrar estos días: que Jesús nace en mí para abrir mi corazón al otro.

Tarea complicada ya que, tener el corazón abierto, implica sentirse vulnerable y más propensos a que nos causen dolor. Ciertamente, el dolor, cuando es verdadero, duele…

La Navidad no es un cuento. No son como las películas melosas que, desde hace un mes, nos ponen en la televisión. La Navidad es decidir tener un corazón como el de Jesús o no, es sentirse pobre como lo fue Cristo, es estar abierto a la voluntad de Dios que a veces cuesta entender y vivir.

La Navidad es una invitación a sostener a Jesús recién nacido en brazos y, pese a la dulzura del momento, coger fuerzas para poder decirle mirando esos ojos que acaban de abrirse al mundo: tú me enseñarás a vivir de verdad y tu muerte me salvará.

¡Feliz Navidad!

Vuestro párroco

viernes, 14 de diciembre de 2018


La voz del profeta

El otro día estaba haciendo unas gestiones por las calles de nuestro pueblo, nada fuera de lo normal. Me crucé con varias personas que me saludaron y otras tantas que se me quedaron mirando como diciendo: a este lo conozco pero no sé de qué…
Pasando por la plaza del ayuntamiento vi a un hombre, con unas pieles malolientes como vestimenta, que gritaba la venida de algo especial. Me senté en el bar a tomar algo calentito y me dispuse a escuchar lo que decía.
En eso que pasaba por delante de este hombre una persona mayor con una niña en la mano. ¡Vaya!, pensé, ya vienen los abuelos de ir a por sus nietos al cole. De repente, este hombre empezó a decirle a esa persona mayor lo siguiente: ¡Abuelos! Ayudad en lo que podáis a vuestros hijos pero no seáis sus esclavos. Mostrad a las generaciones que vienen que va a nacer Uno que cambió la historia del mundo y nos trajo la Salvación. Amaos incondicionalmente, a pesar de los años, en vuestros matrimonios y sed el fruto de una sociedad pacífica que mira al futuro sabiendo de donde viene. Esta persona mayor no se lo tomó demasiado bien y creo que, porque llevaba a su nieta en la mano, no hizo nada más que refunfuñar algo entre dientes bajo la atónita mirada de la pequeña.
No salía de mi asombro cuando pasó por delante de este hombre un joven mirando el móvil con tanta pasión que casi choca contra él. ¡Tu vida no se limita a una pantalla diminuta! Comenzó a decirle. Busca la Verdad y se tú mismo. No seas un borrego más entre las masas y se valiente en buscar respuestas. Dios está dispuesto a amarte sin condiciones y a mostrarte un camino que conduce a la felicidad. Consiguió que separara los ojos del móvil durante poco más de 10 segundos pero continuó su camino como si nada hubiese pasado.
Pasó un concejal. Se fiel a tus ideas y respeta las de los demás. No hagas uso del pueblo, forma parte de él. No busques su voto sino su bienestar. Vive desde la Ley del Amor que anunció el que tiene que nacer y encontrarás la alegría en el servicio a los demás… El concejal, visiblemente alterado, comenzó a espetarle sobre quién era él para decirle esas cosas en la calle y menos en una sociedad laica en la que bla, bla, bla,… Entré en el bar a pagar con la esperanza de que, al salir, todo estuviese más calmado.
Cuando volví a la calle me topé de bruces con este hombre en la puerta misma del bar. Me miró fijamente a los ojos que parecían irradiar fuego. Se humilde, fuerte y misericordioso como el que va a nacer. Un espejo donde los demás encuentren a Dios. No seas una isla independiente, al contrario, busca el bien mejor y la unión con los que son como tú. Denuncia las injusticias y lucha por la paz aunque la gente te odie…como le pasó a Cristo, como a mí me pasó…
Me quedé mirándolo sin mediar palabra. Noté que la plaza entera se había paralizado observándonos a los dos, miré a mí alrededor, lo volví a mirar a él, cogí mi bolsa y continué mi camino.
Antes de girar la esquina me giré y ese hombre ya no estaba, la gente estaba en sus cosas; ¿Había sido una imaginación? Las palabras de aquel hombre traspasaron mi corazón. Tenía toda la razón pero… ¿Quién era ese hombre para decirme lo que tengo que hacer?
Era Juan el Bautista que, como hace dos mil años, algunos lo tomaron por loco y no se percataron, cegados por otras luces, que nacía la salvación. ¿Ha cambiado algo la sociedad desde entonces?
Vuestro párroco

lunes, 10 de diciembre de 2018


Yermo
Ya lo decía San Pablo en su carta a los cristianos de Corinto. La predicación no era motivo de orgullo para él, no tenía más remedio que hacerlo porque se le iba la vida en ello. Tras su encuentro con Cristo y su conversión al cristianismo no pudo más que empezar a anunciar a Aquel que lo había salvado.

Quizá, lo más complicado que encuentro en mi ministerio como sacerdote sea la predicación, no ya porque pueden presentarse situaciones complicadas en algún entierro, por ejemplo, sino en el día a día, en los domingos, o en cualquier otro sacramento. La predicación no es fácil.

Captar la atención de las personas que tienes delante, mostrar el mensaje del Evangelio tal cual es, ser concreto y no irte por las ramas, utilizar un lenguaje adecuado y adaptado a las necesidades o las personas que tienes delante, partir de las realidades que todo el mundo puede vivir, tener los pies en el suelo mirando siempre las realidades del cielo, buscar tiempo hasta debajo de las piedras para poder preparar la homilía como Dios manda,…

A veces, tengo la sensación de predicar en el desierto, que lo que digo no interesa y, por lo tanto, el personal desconecta y no presta atención. ¡Ojo! No culpo a nadie más que a mí por no saber enfocar las cosas de forma que a la gente pueda llegar a tocarle el corazón.

Juan predicaba en el desierto, donde no hay vida, donde no hay nada. Desierto, sin embargo, se utiliza también en la oración para designar los momentos en los que nos apartamos de todo (TODO) para intentar encontrarnos con Aquel que lo es TODO. Visto así, sólo podríamos entender a Juan si nos quitáramos todo aquello que nos puede apartar del amor de Dios, si nos quitáramos de todo lo que nos podría distraer.

Sólo así podremos entender la fuerza, el fuego, de la predicación de San Juan Bautista. De ahí el color rojo del segundo cirio de la corona de Adviento. Si queremos entrar en el verdadero misterio de lo que está aconteciendo estos días, tanto predicadores como predicados, debemos saber quitarnos de todo aquello que nos pueda marear.

No convirtamos la Navidad en una campaña más de los Centros Comerciales. Sí, son tiempos de regalar cosas, eso está bien. Pero regalémonos también tiempo para nosotros, para nuestro encuentro con Aquel que viene a salvarnos. Regalémonos algún tiempo para visitar nuestro desierto…

Vuestro párroco