lunes, 10 de diciembre de 2018


Yermo
Ya lo decía San Pablo en su carta a los cristianos de Corinto. La predicación no era motivo de orgullo para él, no tenía más remedio que hacerlo porque se le iba la vida en ello. Tras su encuentro con Cristo y su conversión al cristianismo no pudo más que empezar a anunciar a Aquel que lo había salvado.

Quizá, lo más complicado que encuentro en mi ministerio como sacerdote sea la predicación, no ya porque pueden presentarse situaciones complicadas en algún entierro, por ejemplo, sino en el día a día, en los domingos, o en cualquier otro sacramento. La predicación no es fácil.

Captar la atención de las personas que tienes delante, mostrar el mensaje del Evangelio tal cual es, ser concreto y no irte por las ramas, utilizar un lenguaje adecuado y adaptado a las necesidades o las personas que tienes delante, partir de las realidades que todo el mundo puede vivir, tener los pies en el suelo mirando siempre las realidades del cielo, buscar tiempo hasta debajo de las piedras para poder preparar la homilía como Dios manda,…

A veces, tengo la sensación de predicar en el desierto, que lo que digo no interesa y, por lo tanto, el personal desconecta y no presta atención. ¡Ojo! No culpo a nadie más que a mí por no saber enfocar las cosas de forma que a la gente pueda llegar a tocarle el corazón.

Juan predicaba en el desierto, donde no hay vida, donde no hay nada. Desierto, sin embargo, se utiliza también en la oración para designar los momentos en los que nos apartamos de todo (TODO) para intentar encontrarnos con Aquel que lo es TODO. Visto así, sólo podríamos entender a Juan si nos quitáramos todo aquello que nos puede apartar del amor de Dios, si nos quitáramos de todo lo que nos podría distraer.

Sólo así podremos entender la fuerza, el fuego, de la predicación de San Juan Bautista. De ahí el color rojo del segundo cirio de la corona de Adviento. Si queremos entrar en el verdadero misterio de lo que está aconteciendo estos días, tanto predicadores como predicados, debemos saber quitarnos de todo aquello que nos pueda marear.

No convirtamos la Navidad en una campaña más de los Centros Comerciales. Sí, son tiempos de regalar cosas, eso está bien. Pero regalémonos también tiempo para nosotros, para nuestro encuentro con Aquel que viene a salvarnos. Regalémonos algún tiempo para visitar nuestro desierto…

Vuestro párroco

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