viernes, 15 de marzo de 2019


Brotes
Hoy es un día de estos que estoy sentado cara al ordenador sin saber muy bien que escribir. Leo algunas cosas para ver si me viene alguna idea, pero nada de nada. Menos mal que he tenido una llamada de teléfono que me ha hecho asomarme a la ventana que tengo a mi espalda y me he fijado en los árboles que tengo enfrente.

Entre las ramas desnudas de mis vecinos más cercanos ya se deja entrever algún brote verde que indica la cercanía de la primavera. La vida se va abriendo paso. Algo que parecía muerto, sin darnos casi cuenta, reinicia su ciclo vital y, junto con ellos, el nuestro también.

Porque no lo podemos negar. Somos gente que nos gusta el buen tiempo, salir a la calle, pasear, tomar el sol, disfrutar de todo aquello que el Señor nos regala por medio de su creación. Los árboles ya nos indican que está cerca el tiempo de poder realizar todo eso…si no lo estamos haciendo ya.

El Evangelio de este segundo domingo de Cuaresma viene a ser como esos pequeños brotes verdes de los árboles que tengo enfrente. Un anuncio de la explosión de vida que está por venir. ¡Ojalá tuviéramos siempre una buena temperatura y pudiéramos disfrutar de días largos con el calor del astro rey.

Sin embargo, es necesario pasar por el invierno, donde todo parece que está muerto, pero que, en realidad, por dentro, se está regenerando para estallar de vida en el momento oportuno.

La sobriedad y austeridad de estos días de Cuaresma es esa regeneración interna. Lo que parece que no tiene vida, nuestro corazón, con la escucha de la Palabra, la oración, el ejercicio de la caridad y el ayuno, poco va regenerándose para que, en el momento que podamos saltar de gozo mientras cantamos el Aleluya, pueda, como los árboles, estallar de vida.

Así también lo haremos estos días al quemar las fallas. Del fuego que purifica surgirán nuevos proyectos para el año que viene. Sólo hay que dejarse quemar por el Espíritu que nos empuja a renacer de nuestras cenizas.

Aunque estemos muy a gusto, no siempre puede ser primavera o verano, tenemos que pasar por nuestro particular invierno, la Cuaresma, que no es sinónimo de muerte sino de posibilidad de crecimiento.

Que cada semana que pase podamos descubrir en nuestra vida, en nuestra espiritualidad, nuevos brotes verdes que esperan estallar en la fiesta de la Pascua.

Vuestro párroco

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