lunes, 22 de abril de 2019


Certeza
Me pongo cara al ordenador el día 16 de abril, martes santo. Escribir estas líneas pascuales sin haber siquiera empezado el Triduo Pascual es un tanto complicado.

No puedo hablar de las procesiones, por ejemplo, porque no sé si se han realizado. Las noticias hablan de una Gota Fría que afectará a nuestra comunidad justo en los días más importantes. Tampoco puedo hablar de las celebraciones del Triduo porque tampoco sé si han ido bien, si ha habido participación, si las cofradías se han hecho presentes y visibles en las mismas... A día de hoy, todos estos temas, son inciertos.

No puedo fijarme ahora de lo que es incierto porque la Pascua es una certeza. No depende de las condiciones climatológicas ni de la afluencia del personal a las parroquias; no depende de las cofradías ni del sacerdote de turno.

La Pascua sólo depende del amor misericordioso de Dios que, en su infinita sabiduría, nos regaló la Vida Eterna con el sacrificio de Cristo en la Cruz. Esa es la certeza, eso es lo seguro, eso es lo que nunca cambia sino que, año tras año, se renueva en la Vigilia Pascual.

Por delante quedan cincuenta días de fiesta, cincuenta días de resurrección, cincuenta días de Pascua. Esa es la certeza.

La muerte, aunque triste para los que se quedan aquí, será sólo un paso necesario que me llevará a ver el rostro resucitado de Jesús. Esa es la certeza.

El pecado se convierte en una oportunidad de gracia porque Cristo lo ha vencido y, por su sacrificio, soy perdonado siempre. Esa es la certeza.

Mi vida, si acepto de verdad que el Señor ha resucitado en mí, se llena de esperanza porque Jesús le ha dado sentido pleno. Esa es la certeza.

El amor adquiere un nuevo significado: Cristo me ha enseñado que amar hasta el extremo, aunque doloroso, me llena de una Vida que nada en el mundo me puede quitar. Esa es la certeza.

ESA ES LA GRAN CERTEZA: QUE CRISTO HA RESUCITADO Y YO CON ÉL.
¡¡FELIZ PASCUA DE RESURRECCIÓN!!

Vuestro párroco

viernes, 5 de abril de 2019


PIEDRAS
Cuando acabaron las fiestas de fallas me dije: Qué bien, aún nos quedan tres semanas para prepararnos para la Semana Santa y la Pascua. O el tiempo pasa volando o no se lo que pasa…pero las fiestas grandes de nuestra fe las tenemos ahí y casi no me he dado ni cuenta.

Demasiadas cosas pendientes y poco tiempo para resolverlas. En fin, lo importante no es la queja sino el continuar adelante y, aunque quede poco tiempo para prepararnos, aun no es tarde.

Esta semana va de piedras la cosa. Y tipos de piedra hay muchas. Las hay grandes que nos pueden tapar el camino haciéndonos dar una vuelta grande para poder seguir adelante. Hay algunas menos grandes que nos pueden hacer tropezar. Las hay también que las podemos coger con la mano y que, incluso, las podemos lanzar. Por último, las hay pequeñas, que casi no les prestamos atención, pero que si se nos meten dentro del zapato son casi son tan molestas y dolorosas como las anteriores.

En algún momento de nuestra vida nos encontraremos con alguna de las piedras anteriores. Un problema que no podamos solucionar que nos harán avanzar más lento de lo que nos esperábamos porque tenemos que dar un rodeo.

También tendremos fallos que nos harán caer de bruces. Fallos que en ocasiones nos harán daño y que en otras, simplemente, nos harán dar un traspiés sin mayor importancia. Sea cual sea el caso siempre nos podremos levantar y continuar adelante.

En otras ocasiones, arrastraremos problemas o situaciones personales que nos irán acompañando como una molesta piedra en el zapato. A veces, somos tan masoquistas, que las mantendremos ahí, aunque nos moleste, pensando que más adelante podremos poner solución. Como me dijo un buen amigo: los sapos se comen por la mañana que por la noche sientan mal…lo que puedas arreglar hoy no lo dejes para mañana que será más difícil.

Sin embargo, hay piedras peores. Las que se pueden lanzar y hacer daño. Esas piedras pueden ser las murmuraciones, los juicios, las críticas, las envidias, etc… todas, sin excepción, hacen daño y las heridas, a menudo, tienen una larga recuperación e, incluso, algunas dejan marcas para toda la vida. También podemos lanzar esas piedras sobre nosotros mismos…pero eso es otra cosa aunque con el mismo resultado.

De estas últimas, todos hemos tenido en nuestras manos. A lo mejor hasta las hemos tirado para luego esconder la mano. Podría pasar también que aun la tenemos en la mano y estamos a punto de tirarla.

Sea lo que sea, el Señor nos invita a dejar caer esas piedras al suelo porque no somos quien para tirarlas. Ni siquiera deberíamos cogerlas pues, sin piedras, siempre será mucho más ligero nuestro equipaje.

Vuestro párroco