sábado, 25 de mayo de 2019


Vida
Casi todos los días, a la hora del recreo, bajo a la sala de profesores del colegio para tomar un café con ellos. Aunque somos pocos, casi todas las semanas hay una tarta, una coca o bocadillos pequeños que trae alguno para celebrar un cumpleaños, un santo o una buena noticia que quiere compartir con sus compañeros.

En esta ocasión la tarta venía acompañada por una pequeñaja de apenas tres semanitas de vida llamada Greta. Si de normal, todo lo que traemos para compartir se acaba pronto, hoy la tarta ha pasado a un necesario segundo plano. La pequeña Greta iba pasando de unos brazos a otros mientras sonaban las continuas exclamaciones de los maestros cada vez que entraban a la sala y veían al bebé. De hecho, los mismos profesores se iban turnando para que, los que estaban haciendo guardia en el patio, pudieran pasar a contemplar a la madre y a la hija.

Es curioso como algo tan pequeño puede causar tanto revuelo. Pero es que la vida llama a la vida y no podemos más que alegrarnos cuando vemos una estampa así.

Lo que me ha llamado mucho la atención ha sido el comentario de una de las maestras cuando tenía a Greta en brazos. Le hablaba a la niña diciéndole que reconocía su voz de tantas veces que su madre había estado a su lado en clase. Cierto es que se aconseja hablarle al feto durante el embarazo y que luego reconocen las voces.

En ningún momento la pequeña ha llorado ni ha hecho mala cara. Estaba a gusto y protegida. No sé si porque reconocía nuestras voces, si porque estaba la mar de bien yendo de brazo en brazo o porque acaba de comer… Lo cierto es que estaba muy bien.

La pregunta que me hacía entonces es si yo me encuentro igual de bien ante Dios. Si también sé reconocer su voz como Greta lo hacía con nosotros. Si me dejo coger entre sus brazos cuando acudo a Él en la oración. Si me dejo alimentar por su Palabra y presencia con tanto gusto como lo hacía la pequeñaja con su madre.

Me pregunto también si, con tantas misas como celebro o las que podamos asistir, estoy dejando que el Señor me transforme o, por el contrario, asisto o celebro porque toca sin darme cuenta de esa Presencia que me da la verdadera Vida y la verdadera Paz. Tendremos que pedir fuerza al Espíritu para que no caiga en saco roto lo que vivamos junto con el Señor.

Vuestro párroco

No hay comentarios:

Publicar un comentario