martes, 16 de julio de 2019


Migrante
Creo que no hay semana en la que no aparezca una noticia relacionada con el tema de la inmigración. No hay semana en la que no se nos anuncie que se ha encontrado una patera, algún problema en los Centros de Internamiento o la muerte de aquellos que intentan pasar a Europa buscando un futuro mejor.

Nuestro país es puerta de entrada a ese sueño dorado para todas esas personas que, confiando en las manos de las mafias que se alimentan de la desesperación, pagan por la posibilidad (que no la certeza) de llegar al Viejo Continente.

¿Qué tiene que pasar por la cabeza de los jóvenes, las embarazadas, las familias,…que deciden dejar atrás su hogar, su cultura, su tierra en pos de un futuro incierto? Es una pregunta que difícilmente podemos responder desde nuestra vida acomodada y segura que tenemos.

Aunque en nuestros pueblos y ciudades hay pobreza, en ellos no hay ni genocidios étnicos, ni guerras, ni hambrunas, ni nada por estilo. Estos son sólo unos ejemplos de las causas por las que, miles de personas, huyen para poder sobrevivir para intentar tener una vida digna…una vida normal.

¿Qué se encuentran al llegar aquí? Puertas cerradas, miedo, racismo y desprecio. El tema de la inmigración es complicado pues intentamos arreglar un problema desde arriba, como empezar a construir una casa por el tejado. La comunidad internacional gira la cabeza ante los graves problemas que campan a sus anchas en los países de origen de las personas que vienen. Es más fácil culpar al indefenso que se sube a una patera que al político que ha provocado dicha situación.

Mientras tanto nosotros, ¿qué hacemos? Mirar hacia otro lado, criticar y, en algunos casos, hasta expulsar de nuestro lado. Alentados por las voces que se alzan diciendo que el extranjero es el malo, que se lleva todas las ayudas que existen, y mentiras varias, cerramos los ojos y las puertas cuando, como cristianos (y como seres humanos) deberíamos ser personas de acogida.

Los colaboradores de Caritas se encuentran con historias verdaderamente insólitas cuando, algunas de estas personas, vienen a pedirnos ayudas. De esas historias rara vez nos damos cuenta o nos enteramos. Sólo cuando ocurre una desgracia en el mar (estoy recordando ahora la foto del pequeño muerto tendido en la arena de la playa) abrimos un poco los ojos.

Ante las palabras del Papa Francisco que decía esta semana que los migrantes son ante todo “seres humanos” sólo haceros caer en la cuenta que es un extranjero el que, en el Evangelio de este domingo, ayuda al hombre que bajaba de la ciudad de Jerusalén.

Vuestro párroco