Migrante
Creo que no hay
semana en la que no aparezca una noticia relacionada con el tema de la
inmigración. No hay semana en la que no se nos anuncie que se ha encontrado una
patera, algún problema en los Centros de Internamiento o la muerte de aquellos que
intentan pasar a Europa buscando un futuro mejor.
Nuestro país es
puerta de entrada a ese sueño dorado para todas esas personas que, confiando en
las manos de las mafias que se alimentan de la desesperación, pagan por la
posibilidad (que no la certeza) de llegar al Viejo Continente.
¿Qué tiene que
pasar por la cabeza de los jóvenes, las embarazadas, las familias,…que deciden
dejar atrás su hogar, su cultura, su tierra en pos de un futuro incierto? Es
una pregunta que difícilmente podemos responder desde nuestra vida acomodada y
segura que tenemos.
Aunque en
nuestros pueblos y ciudades hay pobreza, en ellos no hay ni genocidios étnicos,
ni guerras, ni hambrunas, ni nada por estilo. Estos son sólo unos ejemplos de
las causas por las que, miles de personas, huyen para poder sobrevivir para
intentar tener una vida digna…una vida normal.
¿Qué se
encuentran al llegar aquí? Puertas cerradas, miedo, racismo y desprecio. El
tema de la inmigración es complicado pues intentamos arreglar un problema desde
arriba, como empezar a construir una casa por el tejado. La comunidad
internacional gira la cabeza ante los graves problemas que campan a sus anchas
en los países de origen de las personas que vienen. Es más fácil culpar al
indefenso que se sube a una patera que al político que ha provocado dicha
situación.
Mientras tanto
nosotros, ¿qué hacemos? Mirar hacia otro lado, criticar y, en algunos casos,
hasta expulsar de nuestro lado. Alentados por las voces que se alzan diciendo
que el extranjero es el malo, que se lleva todas las ayudas que existen, y
mentiras varias, cerramos los ojos y las puertas cuando, como cristianos (y
como seres humanos) deberíamos ser personas de acogida.
Los
colaboradores de Caritas se encuentran con historias verdaderamente insólitas
cuando, algunas de estas personas, vienen a pedirnos ayudas. De esas historias
rara vez nos damos cuenta o nos enteramos. Sólo cuando ocurre una desgracia en
el mar (estoy recordando ahora la foto del pequeño muerto tendido en la arena
de la playa) abrimos un poco los ojos.
Ante las
palabras del Papa Francisco que decía esta semana que los migrantes son ante
todo “seres humanos” sólo haceros
caer en la cuenta que es un extranjero el que, en el Evangelio de este domingo,
ayuda al hombre que bajaba de la ciudad de Jerusalén.
Vuestro párroco