miércoles, 2 de octubre de 2019


Recomendación
Son las 22:15 de la noche. Tras un día largo y bien aprovechado el teléfono móvil suena rompiendo el silencio de una casa habitada por un cura y su perro que no tienen nada más que decirse que las mutuas caricias y lametones.

Una voz amiga desde el otro lado de la línea telefónica me pregunta si es demasiado tarde para ir a casa de un familiar para rezar pues está a las puertas de encontrarse sumido en el abrazo eterno del Padre. “Para eso estamos” contesto.

El resto de la historia no hace falta contarla. Se queda en la intimidad de una pequeña habitación de la casa que visité que, lejos de estar llena de muerte, estaba inundada de un profundo respeto, cariño y piedad.

Pocas veces me han llamado para acompañar unos minutos en la oración a una familia que está a la espera de la muerte de un ser querido. No es un momento agradable, sin embargo, creo en el poder de la oración no sólo por el enfermo sino también por las personas que lo acompañan.

Sin hacer nada especial. No es momento de un gran discurso ni tampoco de largas oraciones. Simplemente estar unos minutos, guardar silencio, abrazar, y pedir desde lo más hondo del corazón por todas las personas que allí se encuentren.


Lo demás lo pone Dios.

Lo demás se le deja a Dios…


De entre las muchas cosas que podemos dejar preparadas para el día que el Señor nos llame para estar por toda la eternidad gozando de su presencia no olvidemos decir esto a nuestros familiares: Cuando esté a punto de morir llamad al sacerdote sea la hora que sea. Quizá no sea consciente de lo que ocurra a mi alrededor ni necesite la oración…pero vosotros sí.

Vuestro párroco

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