ORACIÓN DOMINICAL EN FAMILIA
III domingo de Pascua
«Lo
reconocieron al partir el pan»
En familia preparamos el
lugar de la oración: un cirio, un trozo de pan y un poco de vino y una Biblia
abierta.
Guía: En el nombre del Padre, y del Hijo, y
del Espíritu Santo.
Todos: Amén.
Guía: Jesucristo resucitado se hace presente
verdaderamente entre nosotros; está hoy en esta pequeña comunidad doméstica que
es la familia. Lo reconocemos en nosotros mismos, en su palabra que alienta e
ilumina el momento que estamos viviendo en el mundo y en la Iglesia, en tantas
personas que se entregan en ayuda y servicio generoso a favor de los enfermos,
de los pobres, de las personas que viven solas.
Guía: Al comenzar la oración de este domingo,
recitamos todos juntos este salmo 27 (26) que nos ayuda a acrecentar nuestra
confianza en Dios en este momento que esta- mos viviendo.
Todos:
El Señor es mi luz y mi
salvación,
¿a quién temeré?
El Señor es la defensa de
mi vida,
¿quién me hará temblar?
Cuando me asaltan los malvados para
devorar mi carne,
ellos, enemigos y adversarios, tropiezan
y caen.
Si un ejército acampa contra mí, mi
corazón no tiembla;
si me declaran la guerra, me siento
tranquilo.
Una cosa pido al Señor, eso buscaré:
habitar en la casa del Señor por los
días de mi vida;
gozar de la dulzura del Señor,
contemplando su templo.
Él me protegerá en su tienda el día del
peligro;
me esconderá en lo escondido de su
morada,
me alzará sobre la roca.
Y así levantaré la cabeza
sobre
el enemigo que me cerca;
en
su tienda sacrificaré sacrificios de aclamación:
cantaré
y tocaré para el Señor.
Escúchame, Señor, que te llamo;
ten
piedad, respóndeme.
Oigo en mi corazón:
«Buscad mi rostro».
Tu
rostro buscaré, Señor.
No me escondas tu rostro.
No rechaces con ira a tu siervo,
que tú eres mi auxilio;
no me deseches, no me abandones,
Dios de mi salvación.
Si mi padre y mi madre me abandonan,
el Señor me recogerá.
Señor,
enséñame tu camino,
guíame
por la senda llana,
porque
tengo enemigos.
No
me entregues a la saña de mi adversario,
porque se levantan contra mí testigos
falsos,
que respiran violencia.
Espero gozar de la dicha del Señor
en el país de la vida.
Espera en el Señor, sé valiente,
ten ánimo, espera en el Señor.
Lector: Del
Evangelio según san Lucas (24, 13-35)
Aquel mismo día (el primero de la
semana), dos de los discípulos de Jesús iban caminando a una aldea llamada
Emaús, distante de Jerusalén unos sesenta estadios; iban conversando entre
ellos de todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en
persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces
de reconocerlo.
Él les dijo: « ¿Qué conversación es esa
que traéis mientras vais de camino?». Ellos se detuvieron con aire
entristecido. Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás,
le respondió: «¿Eres tú el único
forastero en Jerusalén que no sabes lo que ha pasado allí estos días?».
Él
les dijo: « ¿Qué?».
Ellos le contestaron: «Lo de Jesús el
Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante
todo el pueblo; cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para
que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él iba
a liberar a Israel, pero, con todo esto, ya estamos en el tercer día desde que
esto sucedió. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobre-
saltado, pues habiendo ido muy de mañana al sepulcro, y no habiendo encontrado
su cuerpo, vinieron diciendo que incluso habían visto una aparición de ángeles,
que dicen que está vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y
lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron».
Entonces él les dijo: « ¡Qué necios y
torpes sois para creer lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el
Mesías padeciera esto y entrara así en su gloria?».
Y, comenzando por Moisés y siguiendo por
todos los profetas, les explicó lo que se refería a él en todas las Escrituras.
Llegaron cerca de la aldea adonde iban y
él simuló que iba a seguir caminando; pero ellos lo apremiaron, diciendo:
«Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída».
Y entró para quedarse con ellos. Sentado
a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba
dando. A ellos se les abrieron los ojos y lo re- conocieron. Pero él
desapareció de su vista.
Y se dijeron el uno al otro: « ¿No ardía
nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las
Escrituras?».
Y, levantándose en aquel momento, se
volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus
compañeros, que estaban diciendo: «Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha
aparecido a Simón».
Y ellos contaron lo que les había pasado
por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.
Palabra
del Señor.
Todos: Gloria a ti, Señor Jesús.
Después de leer el evangelio se hace un
tiempo de silencio. Según las circunstancias, el padre o la madre pueden
explicar el evangelio a los hijos a modo de catequesis, especialmente si hay
niños pequeños, o bien cada miembro de la familia puede expresar libremente en
voz alta lo que más le ha llamado la atención de la lectura.
ü Este texto describe el nacimiento a la fe y a la misión de
los dos de Emaús: se les abrieron los ojos, lo reconocieron al partir el pan, y
volvieron a contar a sus compañeros la buena noticia. Caminaron con Jesús, pero
su mirada distraída y superficial no supo ver el misterio profundo que habitaba
en su vida. Tú y yo sabemos el credo de memoria, vamos a misa… pero
¿comprendemos a Jesús y tenemos experiencia de su compañía?
ü
Al atardecer Jesús se
aparece a los dos de Emaús. Huyen, están decepcionados por la muerte de Jesús,
su vida está oscura. Nosotros estamos viviendo en este momento tiempos
difíciles: el dolor que provoca la pandemia y el cansancio del confinamiento
pueden producir en nosotros también desencanto. En esta situación, podemos ver
cuestionada la fe en Jesús Resucitado: ¿Por qué esta sombra en la vida de las
personas? ¿Hemos experimentado el cansancio, la decepción? ¿No necesitaremos
también nosotros ser encontrados por Jesús para recuperar la esperanza y el
sentido?
ü
Los discípulos escuchan
a Jesús que les explica las Escrituras y al escucharlo «arde su corazón», y lo
reconocen «al partir el pan». Llevamos tiempo sin participar comunitariamente
en la mesa de la Eucaristía, ¿Echamos de menos este encuentro comunitario con
Jesús? ¿Soy consciente de que quién lo escucha y comparte su pan encuentra un
proyecto de felicidad? ¿Descubro en los acontecimientos que estamos viviendo
ahora la presencia del Señor que camina con nosotros? ¿Será verdad lo que dice
el Papa Francisco «con Jesús siempre nace y renace la alegría» (EG 1)?
Guía: Oremos al Señor, nuestro Dios. En él ponemos
nuestra esperanza.
Todos: R. Te rogamos, óyenos.
Lector:
– Por la Iglesia, para que, caminando al paso de
la humanidad, sepa llevar a todos la esperanza gozosa de la resurrección en
Cristo. Roguemos al Señor.
– Por
los que viven sin fe, los que caminan sin esperanza, decepcionados, como los
dos de Emaús, para que el Señor Jesús camine junto a ellos, abra sus ojos y
encienda sus corazones. Roguemos al Señor.
– Por
todos los afectados más directamente en la crisis que estamos sufriendo, para
que el Señor acoja en su Reino a los fallecidos y consuele a sus familiares,
fortalezca a los enfermos y proteja a los que el posible contagio pueda agravar
especialmente su salud. Roguemos al Señor.
– Por
los jóvenes, para que respondan con generosidad a la llamada de servir a la
Iglesia desde el ministerio sacerdotal, presidiendo la celebración de la
Eucaristía que hace presente al Señor entre nosotros. Roguemos al Señor.
– Por
nosotros, reunidos en familia como Iglesia doméstica, para que seamos capaces
de reconocer a Cristo en el prójimo que camina a nuestro lado, en la sagrada
Escritura y en la comida eucarística, al partir el pan. Roguemos al Señor.
Guía: Llenos de confianza en Cristo
resucitado, que acompaña nuestro caminar de cada día, oremos juntos como él
mismo nos ha enseñado.
Todos: Padre
nuestro…
Guía: Concluimos nuestra oración haciendo
nuestra la oración del papa Francisco, pidiendo el fin de la pandemia y la
fortaleza del Espíritu:
Oh,
María,
tú resplandeces siempre en nuestro
camino como un signo de salvación y esperanza.
A ti nos encomendamos,
Salud de los enfermos,
que al pie de la cruz fuiste asociada al
dolor de Jesús, manteniendo firme tu fe.
Tú, Salvación del pueblo, sabes lo que necesitamos
y
estamos seguros de que lo concederás para que, como en Caná de Galilea, vuelvan
la alegría y la fiesta
después de esta prueba.
Ayúdanos,
Madre del Divino Amor,
a conformarnos a la voluntad del Padre y
hacer lo que Jesús nos dirá,
él que tomó nuestro sufrimiento sobre sí
mismo y se cargó de nuestros dolores
para guiarnos a través de la cruz, a la
alegría de la resurrección.
Bajo tu protección nos
acogemos, santa Madre de Dios;
no deseches las súplicas
que te dirigimos en nuestras necesidades;
antes bien, líbranos siempre de todo
peligro, oh, Virgen gloriosa y bendita.