sábado, 25 de abril de 2020


ORACIÓN DOMINICAL EN FAMILIA

III domingo de Pascua

«Lo reconocieron al partir el pan»

En familia preparamos el lugar de la oración: un cirio, un trozo de pan y un poco de vino y una Biblia abierta.

Guía: En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
Todos: Amén.
Guía: Jesucristo resucitado se hace presente verdaderamente entre nosotros; está hoy en esta pequeña comunidad doméstica que es la familia. Lo reconocemos en nosotros mismos, en su palabra que alienta e ilumina el momento que estamos viviendo en el mundo y en la Iglesia, en tantas personas que se entregan en ayuda y servicio generoso a favor de los enfermos, de los pobres, de las personas que viven solas.

Guía: Al comenzar la oración de este domingo, recitamos todos juntos este salmo 27 (26) que nos ayuda a acrecentar nuestra confianza en Dios en este momento que esta- mos viviendo.

Todos:

El Señor es mi luz y mi salvación,
¿a quién temeré?
El Señor es la defensa de mi vida,
¿quién me hará temblar?
Cuando me asaltan los malvados para devorar mi carne,
ellos, enemigos y adversarios, tropiezan y caen.

Si un ejército acampa contra mí, mi corazón no tiembla;
si me declaran la guerra, me siento tranquilo.

Una cosa pido al Señor, eso buscaré:
habitar en la casa del Señor por los días de mi vida;
gozar de la dulzura del Señor, contemplando su templo.

Él me protegerá en su tienda el día del peligro;
me esconderá en lo escondido de su morada,
me alzará sobre la roca.

Y así levantaré la cabeza
sobre el enemigo que me cerca;
en su tienda sacrificaré sacrificios de aclamación:
cantaré y tocaré para el Señor.

Escúchame, Señor, que te llamo;
ten piedad, respóndeme.

Oigo en mi corazón:
«Buscad mi rostro».
Tu rostro buscaré, Señor.

No me escondas tu rostro.
No rechaces con ira a tu siervo,
que tú eres mi auxilio;
no me deseches, no me abandones,
Dios de mi salvación.
Si mi padre y mi madre me abandonan,
el Señor me recogerá.

Señor, enséñame tu camino,
guíame por la senda llana,
porque tengo enemigos.

No me entregues a la saña de mi adversario,
porque se levantan contra mí testigos falsos,
que respiran violencia.

Espero gozar de la dicha del Señor
en el país de la vida.
Espera en el Señor, sé valiente,
ten ánimo, espera en el Señor.


Lector: Del Evangelio según san Lucas (24, 13-35)

Aquel mismo día (el primero de la semana), dos de los discípulos de Jesús iban caminando a una aldea llamada Emaús, distante de Jerusalén unos sesenta estadios; iban conversando entre ellos de todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo.
Él les dijo: « ¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?». Ellos se detuvieron con aire entristecido. Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás,
le respondió: «¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no sabes lo que ha pasado allí estos días?».
Él les dijo: « ¿Qué?».
Ellos le contestaron: «Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo; cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él iba a liberar a Israel, pero, con todo esto, ya estamos en el tercer día desde que esto sucedió. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobre- saltado, pues habiendo ido muy de mañana al sepulcro, y no habiendo encontrado su cuerpo, vinieron diciendo que incluso habían visto una aparición de ángeles, que dicen que está vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron».
Entonces él les dijo: « ¡Qué necios y torpes sois para creer lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto y entrara así en su gloria?».
Y, comenzando por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó lo que se refería a él en todas las Escrituras.
Llegaron cerca de la aldea adonde iban y él simuló que iba a seguir caminando; pero ellos lo apremiaron, diciendo: «Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída».
Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. A ellos se les abrieron los ojos y lo re- conocieron. Pero él desapareció de su vista.
Y se dijeron el uno al otro: « ¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?».
Y, levantándose en aquel momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo: «Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón».
Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.
Palabra del Señor.

Todos: Gloria a ti, Señor Jesús.

Después de leer el evangelio se hace un tiempo de silencio. Según las circunstancias, el padre o la madre pueden explicar el evangelio a los hijos a modo de catequesis, especialmente si hay niños pequeños, o bien cada miembro de la familia puede expresar libremente en voz alta lo que más le ha llamado la atención de la lectura.

ü    Este texto describe el nacimiento a la fe y a la misión de los dos de Emaús: se les abrieron los ojos, lo reconocieron al partir el pan, y volvieron a contar a sus compañeros la buena noticia. Caminaron con Jesús, pero su mirada distraída y superficial no supo ver el misterio profundo que habitaba en su vida. Tú y yo sabemos el credo de memoria, vamos a misa… pero ¿comprendemos a Jesús y tenemos experiencia de su compañía?

ü    Al atardecer Jesús se aparece a los dos de Emaús. Huyen, están decepcionados por la muerte de Jesús, su vida está oscura. Nosotros estamos viviendo en este momento tiempos difíciles: el dolor que provoca la pandemia y el cansancio del confinamiento pueden producir en nosotros también desencanto. En esta situación, podemos ver cuestionada la fe en Jesús Resucitado: ¿Por qué esta sombra en la vida de las personas? ¿Hemos experimentado el cansancio, la decepción? ¿No necesitaremos también nosotros ser encontrados por Jesús para recuperar la esperanza y el sentido?

ü    Los discípulos escuchan a Jesús que les explica las Escrituras y al escucharlo «arde su corazón», y lo reconocen «al partir el pan». Llevamos tiempo sin participar comunitariamente en la mesa de la Eucaristía, ¿Echamos de menos este encuentro comunitario con Jesús? ¿Soy consciente de que quién lo escucha y comparte su pan encuentra un proyecto de felicidad? ¿Descubro en los acontecimientos que estamos viviendo ahora la presencia del Señor que camina con nosotros? ¿Será verdad lo que dice el Papa Francisco «con Jesús siempre nace y renace la alegría» (EG 1)?


Guía: Oremos al Señor, nuestro Dios. En él ponemos nuestra esperanza.
Todos: R. Te rogamos, óyenos.

Lector:
  Por la Iglesia, para que, caminando al paso de la humanidad, sepa llevar a todos la esperanza gozosa de la resurrección en Cristo. Roguemos al Señor.

  Por los que viven sin fe, los que caminan sin esperanza, decepcionados, como los dos de Emaús, para que el Señor Jesús camine junto a ellos, abra sus ojos y encienda sus corazones. Roguemos al Señor.

  Por todos los afectados más directamente en la crisis que estamos sufriendo, para que el Señor acoja en su Reino a los fallecidos y consuele a sus familiares, fortalezca a los enfermos y proteja a los que el posible contagio pueda agravar especialmente su salud. Roguemos al Señor.

  Por los jóvenes, para que respondan con generosidad a la llamada de servir a la Iglesia desde el ministerio sacerdotal, presidiendo la celebración de la Eucaristía que hace presente al Señor entre nosotros. Roguemos al Señor.

  Por nosotros, reunidos en familia como Iglesia doméstica, para que seamos capaces de reconocer a Cristo en el prójimo que camina a nuestro lado, en la sagrada Escritura y en la comida eucarística, al partir el pan. Roguemos al Señor.

Guía: Llenos de confianza en Cristo resucitado, que acompaña nuestro caminar de cada día, oremos juntos como él mismo nos ha enseñado.

Todos: Padre nuestro…

Guía: Concluimos nuestra oración haciendo nuestra la oración del papa Francisco, pidiendo el fin de la pandemia y la fortaleza del Espíritu:

Oh, María,
tú resplandeces siempre en nuestro camino como un signo de salvación y esperanza.
A ti nos encomendamos, Salud de los enfermos,
que al pie de la cruz fuiste asociada al dolor de Jesús, manteniendo firme tu fe.

Tú, Salvación del pueblo, sabes lo que necesitamos
y estamos seguros de que lo concederás para que, como en Caná de Galilea, vuelvan la alegría y la fiesta
después de esta prueba.

Ayúdanos, Madre del Divino Amor,
a conformarnos a la voluntad del Padre y hacer lo que Jesús nos dirá,
él que tomó nuestro sufrimiento sobre sí mismo y se cargó de nuestros dolores
para guiarnos a través de la cruz, a la alegría de la resurrección.

Bajo tu protección nos acogemos, santa Madre de Dios;
no deseches las súplicas que te dirigimos en nuestras necesidades;
antes bien, líbranos siempre de todo peligro, oh, Virgen gloriosa y bendita.

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