VIA CRUCIS DESDE CASA 2020
Empezamos el ejercicio piadoso del Vía Crucis meditando unas palabras del
Papa Francisco pronunciadas en una homilía en la capilla de Santa Marta, en Roma.
"La humanidad sufriente"
de Jesús y la "dulzura" de María. Estos son los dos polos que el
cristiano debe observar para vivir lo que pide el Evangelio. El Evangelio es
exigente, pide cosas fuertes a un cristiano: la capacidad de perdonar, la
magnanimidad, el amor a los enemigos ... Sólo hay una manera de ser capaz de
ponerlo en práctica: meditar en la Pasión, la humanidad de Jesús e imitar el
comportamiento de su Madre.
Necesitamos hoy de la dulzura de la
Virgen para entender estas cosas que Jesús nos pide, ¿verdad? Porque estas
cosas son cosas no fáciles de vivir. Amen a sus enemigos, hagan bien, presten
sin esperar nada ... a quien te
pegue en una mejilla derecha, preséntale también la otra, a quien toma tu manto
no le niegues el vestido ... Son cosas fuertes, ¿no? Pero todo esto, a su
manera, fue experimentado por la Virgen: es la gracia de la mansedumbre, la
gracia de la placidez.
Hay un aspecto particular de la
vida de Jesús a la que debe dirigirse la contemplación del cristiano: su
Pasión, su humanidad sufriente. Es a partir de la contemplación de Jesús, de
nuestra vida escondida con Jesús en Dios, que podemos llevar adelante estas
actitudes, estas virtudes que el Señor nos pide. No hay otra manera. Pensar en
su silencio y su mansedumbre: este será nuestro esfuerzo; Él hará el resto; Él
hará todo lo que falta. Pero debemos hacer lo siguiente: ocultar nuestra vida
en Dios con Cristo. Esto se hace con la
contemplación de la humanidad de
Jesús, de la humanidad sufriente. ¿Hay otra manera? No hay otra. Es la única.
Para ser buenos cristianos, hay que contemplar la humanidad de Jesús y la
humanidad sufriente. Para dar testimonio, para poder dar este testimonio, hay
esto. Para perdonar, contemplamos el sufrimiento de Jesús. Para no odiar a
nuestro prójimo contemplamos el sufrimiento de Jesús. Para no hablar mal contra
el vecino, contemplamos el sufrimiento de Jesús.
Capilla de Santa Marta, 18 de abril de 2014
Necesitamos hoy, como decía el Papa Francisco, de la dulzura de María, de
su humildad, para aprender a contemplar a Jesús y la humanidad según la palabra
de Dios que promete a la fe incondicional del hombre su felicidad eterna.
(Recordad rezar un padre nuestro después de cada estación)
+ 1. Jesús es condenado a muerte.
Al hacerse de día, los sacerdotes y los notables del pueblo se reunieron
en asamblea contra Jesús para decretar su muerte. Se lo llevaron encadenado y
lo entregaron a Pilato. Y dijeron: Nosotros tenemos una Ley y según esa ley
merece la pena de muerte. Cuando Pilato oyó estas palabras, sacó afuera a Jesús
y lo sentó en el tribunal en el sitio que llaman «el Enlosado» Entonces se lo
entregó para crucificarlo.
Oremos: Concédenos, Señor, a nosotros y a
los hombres de todos los tiempos, de ser fieles a la verdad y no permitas que
caiga sobre nosotros ni sobre los que vendrán después de nosotros el peso de la
responsabilidad por el sufrimiento de los inocentes. Por Jesucristo nuestro Señor.
+ 2. Jesús lleva la cruz a cuestas.
Tomaron Jesús, y salió, llevándose él mismo la cruz hacia el lugar
llamado Gólgota. Como cordero llevado al matadero, como ovejas mientras las
esquilan, él callaba y no habría ni tan solo la boca.
Oremos: Jesús, Rey de gloria, coronado de
espinas aceptas la Cruz para hacer de ella un signo del amor de Dios por
nosotros; imprime en nuestros corazones la imagen de tu rostro para que nos recuerde que nos has amado hasta dar la
vida por todos los hombres.
+ 3. Jesús cae por primera vez.
Jesucristo, siendo de condición divina, no hizo alarde de su categoría de
Dios, sino que se despojó hasta tomar la condición de esclavo. Habiéndose hecho
semejante a los hombres y empezando a comportarse como un hombre cualquiera, se
bajó y se hizo obediente hasta la muerte y muerte de cruz.
Oremos: Dios omnipotente, estamos rodeados
de muchos peligros y nuestra fragilidad es tan grande que no nos permite
aguantar firmes: concédenos la fortaleza y la protección necesarias para
liberarnos de todos los peligros y para poder vencer la tentación. Por
Jesucristo nuestro Señor.
+ 4. Jesús encuentra a María, su Madre.
¿A qué te puedo comparar o asemejar, hermosa
Jerusalén? ¿Qué ejemplo puedo poner para consolarte, pura y bella ciudad de
Sion? Enorme como el mar ha sido tu destrucción; ¿quién podrá darte alivio?
Rogamos: Oh Dios, en la pasión de tu Hijo
la espada de dolor traspasó el alma
de la gloriosa Virgen María; concédenos por su mediación que la Iglesia, asociándose con ella en la pasión de Cristo, merezca participar de la
resurrección. Por Jesucristo nuestro Señor.
+ 5. Simón
de Cirene lleva la cruz.
Cuando se lo llevaban, echaron mano de un tal Simón de Cirene y le
cargaron la cruz para que la llevara detrás de Jesús. Si alguien quiere venir
conmigo, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y que me siga. Aprended de mí,
que soy paciente y de corazón humilde; así encontraréis descanso. Porque el
yugo y la carga que yo os impongo son ligeros.
Oremos: Padre celestial, tu Hijo bendito
vino a servir y no a ser servido: bendice todos aquellos que, siguiendo sus
huellas se entregan al servicio de los demás; para que sirvan en su Nombre los
que sufren; por amor de aquel que entregó su vida por nosotros, tu Hijo Jesucristo, Salvador nuestro. Amén.
+ 6 La
Verónica enjuga el rostro de Jesús.
No tenía ni figura ni nada que se hiciera admirar, era despreciado,
rechazo entre los hombres, hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos,
parecido a aquel que ocultan los rostros, despreciado y le tuvimos por nada.
Oremos: Oh Dios, que antes de la pasión de
tu Hijo unigénito revelaste su gloria en el monte santo: concédenos que, al contemplar
por la fe la luz de su rostro seamos fortalecidos para llevar nuestra cruz y
ser transformados a su imagen. Por Jesucristo nuestro Señor.
+ 7. Jesús cae por segunda vez.
Todos andábamos
errantes como ovejas, siguiendo cada uno su propio camino, y el Señor hizo
recaer sobre él las iniquidades de todos nosotros. Al ser maltratado, se
humillaba y ni siquiera abría su boca: como un cordero llevado al matadero,
como una oveja muda ante el que la esquila, él no habría su boca.
Oremos: Señor, Padre Santo, que quisiste
que Cristo, tu Hijo, fuera el precio de nuestro rescate; haz que vivamos de tal
manera que, tomando parte en sus sufrimientos, disfrutemos también en la
revelación de su gloria. Por Jesucristo nuestro Señor.
+ 8. Jesús consuela a las mujeres de Jerusalén.
Le seguía una gran multitud del pueblo, y también muchas mujeres enlutadas,
que se lamentaban. Jesús se volvió hacia ellas
y les dijo: Mujeres de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras
y por vuestros hijos.
Oremos: Dios todopoderoso, Tu no odias
nada de lo que has creado y perdonas los pecados de todo el que se arrepiente.
Crea en cada uno de nosotros un corazón nuevo y sincero para que, arrepentidos de nuestros pecados,
obtengamos de ti, Dios de toda
misericordia, perfecta remisión y perdón. Por Jesucristo nuestro Señor.
+ 9. Jesús cae por tercera vez:
Pueblo mío,
¿qué te he hecho? ¿En qué te he entristecido?
¡Respóndeme! Yo te saqué de la tierra de Egipto, y tú has preparado una
cruz a tu Salvador. Yo te conduje cuarenta años por el desierto y te nutrí con
maná y te introduje en una tierra excelente, y tú has preparado una cruz a tu
salvador. ¿Qué más tenía que hacer por ti que no lo haya hecho?
Oremos: Dios todopoderoso y eterno, que quisiste que
tu Hijo sufriera por la salvación de todos, haz que, inflamados en su amor,
sepamos ofrecernos a ti como una ofrenda viva por la salvación de todos los
hombres. Por Cristo nuestro Señor.
+ 10. Jesús es despojado de sus vestidos.
Cuando llegaron
al lugar llamado Gólgota, que quiere decir lugar de la Calavera, le dieron a
beber vino mezclado con hiel; él lo probó, pero no quiso beberlo. Se
repartieron sus ropas, echándolas a suerte.
Oremos: Señor Dios, tu Hijo bendito, Salvador nuestro,
entregó su cuerpo desnudo al tormento de la cruz: concédenos tu gracia para
soportar con entereza los sufrimientos de esta vida temporal, confiados en la
gloria que nos debe ser revelada. Por Jesucristo nuestro Señor.
+ 11. Jesús es clavado en la cruz.
Cuando llegaron
al lugar llamado Gólgota, lo crucificaron junto con dos criminales, uno a la
derecha y otro a la izquierda. Así se cumplió la Escritura que dice: "Lo
han contado entre los malhechores." Jesús decía, "Padre, perdónalos,
porque no saben lo que hacen."
Oremos: Señor Jesucristo, tú, colgado en la cruz,
extendiste tus brazos amorosos para dar vida al mundo. Condúcenos por esa vida
que nos das a servir a todos aquellos a quienes el mundo no ofrece consuelo ni
ayuda. Amén.
+ 12. Jesús muere en la cruz.
Junto a la cruz
de Jesús estaban su madre. Jesús la vio y junto a ella al discípulo que tanto
quería, dijo a su madre: "Mujer, ahí tienes a tu hijo". Luego dijo al
discípulo: "Ahí tienes a tu madre". Jesús después de tomar el vinagre
dijo: "Todo está cumplido". Y gritó con fuerza: "Padre, en tus
manos encomiendo mi espíritu" Dicho esto murió.
Oremos: Oh Dios, que acompañaste a tu Hijo único a la
muerte en la cruz para nuestra redención y por su resurrección gloriosa nos
liberas del poder de la muerte, haz que muramos al pecado para vivir ya y para
siempre de los frutos de su resurrección. Por Jesucristo nuestro Señor.
+ 13. Jesús es descendido de la cruz.
Oh vosotros, todos los que pasáis
por el camino mirad y ved si hay dolor semejante al dolor con el que soy
atormentada. Mis ojos se funden en lágrimas, mis entrañas se consumen de
amargura por la ruina de mi pueblo.
Oremos: Señor Jesucristo, por tu muerte arrancaste el
aguijón a la muerte; concédenos a nosotros, tus siervos, de seguir con fe el
camino que tú has abierto, para que en la hora postrera la muerte no nos
arrebate la vida. A ti todo honor y toda gloria, por los siglos de los siglos. Amén.
+ 14. Jesús es puesto en el sepulcro.
Al atardecer llegó un hombre rico de Arimatea, llamado José, y era
también de los seguidores de Jesús. Este hombre acudió a Pilato para pedirle el
cuerpo de Jesús. Pilato mandó que se lo dieran. José, tomándolo, lo envolvió en
una sábana y lo colocó en un sepulcro nuevo que se había excavado en la roca.
Después de tapar la entrada del sepulcro con una gran piedra, se fue.
Oremos: Oh Dios, el cuerpo de tu bendito Hijo fue
puesto en un sepulcro en el huerto y descansó el sábado, te pedimos que
concedas a tus fieles sepultados con Cristo en las aguas del bautismo, de
habitar con Él en su Reino glorioso y eterno donde vive y reina por los siglos
de los siglos. Amén.
Oremos: Te
damos gracias, Padre celestial, porque nos has liberado del poder del pecado y
de la muerte, y nos ha llevado al Reino de tu Hijo; te suplicamos que, así como
por su muerte nos ha vuelto a la vida, igualmente por su amor resucítanos a los gozos eternos, donde Él vive y reina contigo,
en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios por los siglos los siglos. Amén.
(Rezamos un Padre nuestro, un Ave María y un Gloria al Padre)
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