miércoles, 25 de marzo de 2020


El pasado 14 de marzo realicé mi última Misa en una de las dos parroquias que llevo. Obviamente, la situación que estamos viviendo con el CoVid-19, era lo más sensato para evitar la propagación de un virus que ha puesto patas arriba (sin exagerar) la vida tal y como la vivíamos hasta ahora.

Mi labor, desde entonces, ha sido mantenerme confinado (como todos) en casa exceptuando cuando he tenido que salir a comprar o a pasear el perro. Por la mañana y por la noche envío un mensaje a los dos grupos de la parroquia con alguna oración para acompañar aquellos que se encuentran solos en sus casas y, por lo menos, mantenerme unido a las personas que conforman mis comunidades parroquiales. Para algunas será una estupidez. Para otras es la única vez que alguien se acuerda ellas durante el día...


El miércoles 18 de marzo estuve echando una mano en el Economato interparroquial. Todas las personas voluntarias que van allí son “personas de riesgo” y me comentaron que sus familias no querían que salieran de casa. Totalmente lógico y comprensible. Si a esto le sumo que el supermercado que nos provisiona de alimentos nos dice que no tiene personal suficiente para poder traernos los pedidos, no hubo más remedio que cerrar el Economato.

Dos días más tarde, decido llamar al encargado de este servicio para decirle que tenemos que abrir sí o sí. No podemos dejar de lado el pilar más importante de la Iglesia como es la caridad. Al mismo tiempo los servicios sociales de nuestro ayuntamiento nos pidieron que abriéramos porque ellos no podían hacerse cargo de las necesidades que empezaban a surgir. Todo a la vez.

10.000 euros vamos a poner las parroquias de Sueca para poder repartir vales de compra para las casi 200 familias (más todos los casos que nos están llegando y que empiezan a pasarlo mal para poder comprarse comida) más las ayudas que podamos recibir de Caritas Diocesana y del mismo Ayuntamiento.

Harto de leer los mensajes de quienes no tienen dos dedos de frente diciendo que qué está haciendo la Iglesia para luchar contra el coronavirus he decido escribir esto. La Iglesia somos los cristianos (y no un edificio más o menos barroco). Entre estos cristianos están los que confeccionan máscaras de seguridad (ayudando a las asociaciones que se han organizado desde sus casas para poder realizarlas) para poder abastecer a la policía o a la Guardia Civil o a cualquiera que las necesite que NO tienen suficientes. La misma Iglesia que llama por teléfono a las personas que están solas en sus casas sólo para preguntar cómo se encuentran. La misma Iglesia (al menos la que camina en Sueca) que, no donará dinero para material sanitario, sino que estará pendiente de las necesidades de quienes NO tienen qué comer. La misma Iglesia que está prestando sus edificios para poder acoger a las personas afectadas por el virus o sin techo.

Como Sueca hay miles de Caritas más que, a lo largo de todo el país, se moviliza para intentar paliar los efectos “colaterales” del virus. No somos mejores que nadie. No somos héroes. No estamos a “primera línea de fuego”. Somos, única y simplemente, cristianos y, por lo tanto, Iglesia.

¿Nos quieres ayudar? Adelante. Ya tardas en ponerte en contacto conmigo ¿Nos quieres seguir criticando? ¡Adelante también! La estupidez humana puede llegar hasta límites insospechados.

Soy Iglesia. Soy Cristiano. Soy Sacerdote. Habré cerrado las parroquias…pero la Iglesia NO SE CIERRA.

Alejandro

viernes, 13 de marzo de 2020


Sed de Él
Justo el día que anunciaban la suspensión de las fiestas falleras me encontraba con mis padres viendo las calles iluminadas de Valencia. Sin que nadie dijera nada (ya lo decían todo las redes sociales), la sensación de tristeza y desolación se palpaba en el ambiente.

Ya era anormal la poca gente que había por las calles y más todavía ver las fallas de categoría especial totalmente desiertas: sin artistas retocando, ni falleros observando, ni curiosos haciendo fotografías. Una Valencia que quería arder pero que se encontraba fría como el hielo.

Las decisiones que se han tomado (que pueden ser acertadas o no, han llegado a tiempo o no, o son políticas o no) han provocado de primeras muchas lágrimas: las de todos aquellos que viven (y vivimos) estas fiestas como el tesoro más preciado de nuestra tierra. Pensándolo un poco más en frío, los daños “colaterales” son inmensos: comercios, hoteles, bares y restaurantes, bandas de música, floristerías, vendedores ambulantes,… vamos un desastre.

A esto le sumamos la inseguridad y la histeria colectiva que se está formando a nuestro alrededor crea un caldo de cultivo para una de las mayores crisis de nuestra historia moderna.

Comparto con vosotros que el futuro próximo lo veo muy negro y que, quizá, las fallas no sean lo único que van a suspenderse. Pero en estos momentos es cuando más arraigados hemos de estar a la fe en el Señor.

Puede que llegue el día (espero que no) en que ya no podamos ni celebrar los sacramentos de forma diaria. En Italia ya lo están haciendo. Por eso es necesario revisar nuestros cimientos en Cristo para que no se tambaleen en los momentos de dificultad.

En la tercera semana de Cuaresma Jesús se presenta como el agua viva que nos sacia completamente, como aquello que nos puede llenar hasta que quedemos hartos.

Puede que sea fruto de todo lo que está pasando alrededor tanto ahora como tiempo atrás pero las palabras de Cristo este fin de semana consiguen calmar mi sed de Él. Sed de esa presencia perpetua que se hace más tangible en los momentos de dificultad. Sed de esa paz que sólo el corazón de Cristo puede dar. Sed de saberme mimado por Dios.

Que Él nos dé siempre de esa agua de Vida para que no tengamos que buscar otras aguas en otros pozos que no son de Dios.

Vuestro párroco