LLAMADAS
No hay día en que el Señor no
deje de llamarnos. Nuestra vida es una continua llamada de Dios para que
cumplamos su voluntad: llamada a evangelizar, al amor, al sacerdocio, a la vida
consagrada, al matrimonio,… y así podríamos continuar hasta llenar toda la
hoja.
De nosotros depende qué tipo
de respuesta le vamos a dar. Eso es lo que llamamos el “libre albedrío”, la
libertad que nos ha dado el Señor para elegir o no seguir su voluntad.
Pero la carta de esta semana
va de otro tipo de llamadas bastante más molestas según en el momento en que
éstas se produzcan. Como por ejemplo en la Eucaristía.
No exagero si digo que no hay
Misa que celebre en que suene un móvil. Y el peligro crece exponencialmente si
es un entierro, una boda o unas primeras comuniones. Al final, tendremos que
hacer cómo cuando vamos al teatro o al cine, en el que antes de empezar la obra
una voz muy amable no invita a sentarnos, a callar y a apagar el móvil…
Sin embargo, todos podemos
tener un despiste y olvidar que lo llevamos encima o que lo tenemos con el
sonido a toda castaña. La mayoría de las veces me lo tomo con humor…sobre todo
cuando suena durante la homilía: “Mi
carro me lo robaron…” o “¡Que viva
España!” o un solo de trompeta
anunciando el cambio de tercio…
Si la persona a la que le
suena el móvil es hábil y rápida, el sonidito suena unos pocos segundos. Ahora
bien, cuando al móvil le da por ponerse al fondo del bolso…escuchamos la
discografía entera de Manolo Escobar acompañando las palabras del sacerdote de
turno que intenta mantener el tipo haciendo como que no pasa nada.
Lo que ya no soporto es que se
conteste a la llamada. Algunos salen de la parroquia, pero otros, ni cortos ni
perezosos, contestan desde el mismo banco de la iglesia: “Mari!!! Que estic a Misa!!! Ara no puc parlar, despres et toque!!!”.
En esos momentos me pregunto
si es más importante responder la llamada del teléfono (dentro o fuera de la
parroquia…me da lo mismo) o la llamada de Cristo de estar un rato a solas con
Él en la Eucaristía (o en la oración personal de cada uno); y, por lo que veo,
cada vez está siendo más importante lo primero que lo segundo.
Si los cristianos que solemos
ir a las parroquias de normal mantenemos el silencio, las formas y el respeto
adecuado al lugar donde nos encontramos podremos entonces crear atmósferas
adecuadas para el encuentro con Cristo y enseñar a los que vienen
ocasionalmente a mantenerlo.
Puede parecer una
tontería…pero para nosotros, la parroquia, es el lugar de encuentro con el
Señor. Estoy seguro que allí lo podremos escuchar…pero estoy más seguro todavía
que no lo haremos por el micrófono de nuestro teléfono móvil.
Vuestro párroco