domingo, 4 de febrero de 2018

LLAMADAS
No hay día en que el Señor no deje de llamarnos. Nuestra vida es una continua llamada de Dios para que cumplamos su voluntad: llamada a evangelizar, al amor, al sacerdocio, a la vida consagrada, al matrimonio,… y así podríamos continuar hasta llenar toda la hoja.

De nosotros depende qué tipo de respuesta le vamos a dar. Eso es lo que llamamos el “libre albedrío”, la libertad que nos ha dado el Señor para elegir o no seguir su voluntad.

Pero la carta de esta semana va de otro tipo de llamadas bastante más molestas según en el momento en que éstas se produzcan. Como por ejemplo en la Eucaristía.

No exagero si digo que no hay Misa que celebre en que suene un móvil. Y el peligro crece exponencialmente si es un entierro, una boda o unas primeras comuniones. Al final, tendremos que hacer cómo cuando vamos al teatro o al cine, en el que antes de empezar la obra una voz muy amable no invita a sentarnos, a callar y a apagar el móvil…

Sin embargo, todos podemos tener un despiste y olvidar que lo llevamos encima o que lo tenemos con el sonido a toda castaña. La mayoría de las veces me lo tomo con humor…sobre todo cuando suena durante la homilía: “Mi carro me lo robaron…” o “¡Que viva España!”  o un solo de trompeta anunciando el cambio de tercio…

Si la persona a la que le suena el móvil es hábil y rápida, el sonidito suena unos pocos segundos. Ahora bien, cuando al móvil le da por ponerse al fondo del bolso…escuchamos la discografía entera de Manolo Escobar acompañando las palabras del sacerdote de turno que intenta mantener el tipo haciendo como que no pasa nada.

Lo que ya no soporto es que se conteste a la llamada. Algunos salen de la parroquia, pero otros, ni cortos ni perezosos, contestan desde el mismo banco de la iglesia: “Mari!!! Que estic a Misa!!! Ara no puc parlar, despres et toque!!!”.

En esos momentos me pregunto si es más importante responder la llamada del teléfono (dentro o fuera de la parroquia…me da lo mismo) o la llamada de Cristo de estar un rato a solas con Él en la Eucaristía (o en la oración personal de cada uno); y, por lo que veo, cada vez está siendo más importante lo primero que lo segundo.

Si los cristianos que solemos ir a las parroquias de normal mantenemos el silencio, las formas y el respeto adecuado al lugar donde nos encontramos podremos entonces crear atmósferas adecuadas para el encuentro con Cristo y enseñar a los que vienen ocasionalmente a mantenerlo.

Puede parecer una tontería…pero para nosotros, la parroquia, es el lugar de encuentro con el Señor. Estoy seguro que allí lo podremos escuchar…pero estoy más seguro todavía que no lo haremos por el micrófono de nuestro teléfono móvil.

Vuestro párroco

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