Sed de Él
Justo el día que anunciaban la
suspensión de las fiestas falleras me encontraba con mis padres viendo las
calles iluminadas de Valencia. Sin que nadie dijera nada (ya lo decían todo las
redes sociales), la sensación de tristeza y desolación se palpaba en el
ambiente.
Ya era anormal la poca gente
que había por las calles y más todavía ver las fallas de categoría especial
totalmente desiertas: sin artistas retocando, ni falleros observando, ni
curiosos haciendo fotografías. Una Valencia que quería arder pero que se
encontraba fría como el hielo.
Las decisiones que se
han tomado (que pueden ser acertadas o no, han llegado a tiempo o no, o son
políticas o no) han provocado de primeras muchas lágrimas: las de todos
aquellos que viven (y vivimos) estas fiestas como el tesoro más preciado de
nuestra tierra. Pensándolo un poco más en frío, los daños “colaterales” son
inmensos: comercios, hoteles, bares y restaurantes, bandas de música,
floristerías, vendedores ambulantes,… vamos un desastre.
A esto le sumamos la
inseguridad y la histeria colectiva que se está formando a nuestro alrededor
crea un caldo de cultivo para una de las mayores crisis de nuestra historia
moderna.
Comparto con vosotros que el
futuro próximo lo veo muy negro y que, quizá, las fallas no sean lo único que
van a suspenderse. Pero en estos momentos es cuando más arraigados hemos de
estar a la fe en el Señor.
Puede que llegue el día
(espero que no) en que ya no podamos ni celebrar los sacramentos de forma
diaria. En Italia ya lo están haciendo. Por eso es necesario revisar nuestros
cimientos en Cristo para que no se tambaleen en los momentos de dificultad.
En la tercera semana de
Cuaresma Jesús se presenta como el agua viva que nos sacia completamente, como
aquello que nos puede llenar hasta que quedemos hartos.
Puede que sea fruto de todo lo
que está pasando alrededor tanto ahora como tiempo atrás pero las palabras de
Cristo este fin de semana consiguen calmar mi sed de Él. Sed de esa presencia
perpetua que se hace más tangible en los momentos de dificultad. Sed de esa paz
que sólo el corazón de Cristo puede dar. Sed de saberme mimado por Dios.
Que Él nos dé siempre de esa
agua de Vida para que no tengamos que buscar otras aguas en otros pozos que no
son de Dios.
Vuestro párroco
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