domingo, 14 de enero de 2018

En la tierra como en el cielo…

Tengo costumbre de realizar un pequeño silencio en el memento de difuntos durante la celebración de la Eucaristía entre las frases: “Acuérdate también de nuestros hermanos que se durmieron en la esperanza de la resurrección” y “de todos los que han muerto en tu misericordia; admítelos a contemplar la luz de tu rostro”.
No es un silencio vacío sino que está cargado de recuerdos y de nombres tanto personales como parroquiales. Según las costumbres de cada parroquia o de cada sacerdote ese momento puede ser usado o no para nombrar los difuntos por los cuales celebramos dicha Eucaristía. Por ejemplo: en la parroquia de Fátima decimos en ese momento las intenciones que nos han encomendado mientras que en la parroquia de Sales los nombramos antes de comenzar la celebración.
El momento o las veces que se nombren a los difuntos en la Misa, la verdad, es que es indiferente. No por nombrarlos muchas veces los vamos a hacer más presentes o el Señor nos va a escuchar con más fuerza. Si alguien piensa eso, lo siento en el alma, pero está muy equivocado.
Lo único cierto que hay es que, con el hecho de pedir una intención para la Eucaristía comunitaria, estamos pidiendo a nuestra comunidad parroquial que rece por alguno de nuestros difuntos; de forma que, no sólo el que ofrece la Eucaristía, sino que todas las personas que están asistiendo a la celebración se unen en una misma petición adjuntando las personales de cada uno.
Podemos pensar que no hace falta ir a la parroquia para acordarnos de nuestros difuntos o rezar por ellos. Y es cierto. Cada uno en su casa o donde sea puede rezar por quien sea o lo que sea. Sin embargo, en la Eucaristía ocurre una cosa única. Por un momento, el altar se convierte, para que nos hagamos una idea, en un puente que une el cielo y la tierra.
Es lo que decimos en el Credo de la “comunión de los santos”: la Iglesia terrena ora por la Iglesia del Cielo y viceversa. No es descabellado pensar que, en cierta manera, ambas Iglesias se hacen una por medio del Espíritu; y, por lo tanto, una forma que tenemos de estar más unidos con nuestros difuntos, es por medio de la Eucaristía ya que ellos, desde el momento en que cerraron los ojos a este mundo, comenzaron a formar parte de la Jerusalén Celeste.
A ella nos encaminamos todos, unos todavía en camino y otros ya en destino. Mientras tanto, cada vez que celebremos la Eucaristía, aunque sea por unos pocos minutos, rozaremos con los dedos esa realidad celeste que nos aguarda y que nuestros difuntos ya gozan.

Vuestro párroco

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