CARBÓN
Una de las anécdotas que me
gusta recordar estos días es cuando los “Reyes Magos” decidieron gastarnos una
broma a mi primo y a mí. Era muy pequeño y cuando me levanté de la cama la
mañana del día seis para descubrir que me habían traído los Reyes en los rellanos
de la escalera que subía a mi casa había carbón con nuestros nombres. Inocente
de mí empecé a saltar contento diciendo a “grito pelao”: ¡Piedras…este año los Reyes me han traído piedras!
Mi familia no paraba de
reírse, mi primo llorando y yo no entendía el por qué, pero yo era el más feliz
del mundo. Al menos, así lo recuerdo. Al cabo del rato descubrimos donde
estaban escondidos los regalos y que todo había sido una broma…pero, además de
los juguetes, ¡yo tenía piedras!
Más adelante comprendí que cuando
te traían carbón era porque te habías portado mal y, por lo tanto, no era
gracioso…ni tampoco que te regalaban piedras.
Las cosas que aprendemos de
pequeños nos acompañan siempre. Lo que parecen juegos o historias para meternos
miedo de mayor se convierten en grandes enseñanzas que nos van configurando y
que luego nos ayudan a ser personas.
Los días previos a la noche de
Reyes te convertías en el niño más bueno que existía sobre la capa de la tierra
con el fin de que, todas las cosas malas que pudieras haber hecho, fueran
olvidadas y no se tuvieran en cuenta. Una vez tenías los regalos y resoplabas
aliviado porque no se habían acordado de todas las cosas malas que habías
hecho, cabía dos posibilidades: o bien te portabas bien todo el año o bien volvías
a hacer lo mismo, un año portándote como un trasto y luego tres semanas de
carita de ángel.
Cuando te haces mayor tienes
las mismas posibilidades tras recibir el mayor regalo que Dios nos puede hacer:
el perdón. Tras acudir al Sacramento de la Reconciliación nos vamos del
confesionario, no con las manos cargadas de carbón, sino con el alma limpia de
todo el carbón que hemos ido recogiendo.
La solemnidad del Bautismo del
Señor que celebraremos este domingo nos viene a recordar no solo las promesas
de nuestro propio bautismo sino que, además, nos pueden recordar la sensación
de sentirnos limpios. Hagamos un poco de vista atrás y miremos por cuáles de
nuestras acciones nos mereceríamos carbón. Después solamente quedaría atreverse
a pedir perdón.
Vuestro párroco
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