La voz del profeta
El otro día estaba haciendo
unas gestiones por las calles de nuestro pueblo, nada fuera de lo normal. Me
crucé con varias personas que me saludaron y otras tantas que se me quedaron
mirando como diciendo: a este lo conozco
pero no sé de qué…
Pasando por la plaza del
ayuntamiento vi a un hombre, con unas pieles malolientes como vestimenta, que
gritaba la venida de algo especial. Me senté en el bar a tomar algo calentito y
me dispuse a escuchar lo que decía.
En eso que pasaba por delante
de este hombre una persona mayor con una niña en la mano. ¡Vaya!, pensé, ya vienen los abuelos de ir a por sus
nietos al cole. De repente, este
hombre empezó a decirle a esa persona mayor lo siguiente: ¡Abuelos! Ayudad en lo que podáis a vuestros hijos pero no seáis sus
esclavos. Mostrad a las generaciones que vienen que va a nacer Uno que cambió
la historia del mundo y nos trajo la Salvación. Amaos incondicionalmente, a
pesar de los años, en vuestros matrimonios y sed el fruto de una sociedad
pacífica que mira al futuro sabiendo de donde viene. Esta persona mayor no
se lo tomó demasiado bien y creo que, porque llevaba a su nieta en la mano, no
hizo nada más que refunfuñar algo entre dientes bajo la atónita mirada de la
pequeña.
No salía de mi asombro cuando
pasó por delante de este hombre un joven mirando el móvil con tanta pasión que
casi choca contra él. ¡Tu vida no se
limita a una pantalla diminuta! Comenzó a decirle. Busca la Verdad y se tú mismo. No seas un borrego más entre las masas y
se valiente en buscar respuestas. Dios está dispuesto a amarte sin condiciones
y a mostrarte un camino que conduce a la felicidad. Consiguió que separara
los ojos del móvil durante poco más de 10 segundos pero continuó su camino como
si nada hubiese pasado.
Pasó un concejal. Se fiel a tus ideas y respeta las de los
demás. No hagas uso del pueblo, forma parte de él. No busques su voto sino su
bienestar. Vive desde la Ley del Amor que anunció el que tiene que nacer y
encontrarás la alegría en el servicio a los demás… El concejal,
visiblemente alterado, comenzó a espetarle sobre quién era él para decirle esas
cosas en la calle y menos en una sociedad laica en la que bla, bla, bla,… Entré
en el bar a pagar con la esperanza de que, al salir, todo estuviese más
calmado.
Cuando volví a la calle me
topé de bruces con este hombre en la puerta misma del bar. Me miró fijamente a
los ojos que parecían irradiar fuego. Se
humilde, fuerte y misericordioso como el que va a nacer. Un espejo donde los
demás encuentren a Dios. No seas una isla independiente, al contrario, busca el
bien mejor y la unión con los que son como tú. Denuncia las injusticias y lucha
por la paz aunque la gente te odie…como le pasó a Cristo, como a mí me pasó…
Me quedé mirándolo sin mediar
palabra. Noté que la plaza entera se había paralizado observándonos a los dos,
miré a mí alrededor, lo volví a mirar a él, cogí mi bolsa y continué mi camino.
Antes de girar la esquina me
giré y ese hombre ya no estaba, la gente estaba en sus cosas; ¿Había sido una
imaginación? Las palabras de aquel hombre traspasaron mi corazón. Tenía toda la
razón pero… ¿Quién era ese hombre para decirme lo que tengo que hacer?
Era Juan el Bautista que, como
hace dos mil años, algunos lo tomaron por loco y no se percataron, cegados por
otras luces, que nacía la salvación. ¿Ha cambiado algo la sociedad desde
entonces?
Vuestro párroco
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