Extraordinario
En casi todas las parroquias (por no decir en todas)
existen los llamados “Ministros extraordinarios
de la Sagrada Comunión” que ayudan al sacerdote a repartir el pan de la
Eucaristía en las celebraciones que así lo requiere.
No son personas especiales, no
son ni mejores ni peores que los que no lo son; son personas que, elegidas por
el párroco, desempeñan esa labor por su amor y veneración al Santísimo
Sacramento y a la Iglesia.
Prácticamente todos los días
me acompaña alguna persona. Podría hacerlo yo solo (la celebración de la
Eucaristía no se alargaría mucho más de dos minutos), sin embargo, me gusta esa
participación activa del laicado en las celebraciones. Todo lo que pueda hacer
un laico no tengo el por qué de hacerlo yo.
Creo que en la Iglesia
deberíamos dar más importancia a las personas que están sentadas frente al
altar. La riqueza que eso supondría en nuestras comunidades cristianas sería
increíble y nos ayudaría a estar más en sintonía con lo que pasa al otro lado
de las puertas de nuestras parroquias.
Todo esto viene porque hace
poco visité a una persona que no puede venir a la parroquia a causa de una
enfermedad. Le pregunté si venía algún ministro de la comunión a visitarla y me
dijo que sí y que, además, había escuchado en la radio que los ministros de la
comunión debían ser los que llevaran la Sagrada Eucaristía a los enfermos.
Yo me alegré al escuchar esas
palabras porque, desgraciadamente, son pocas las personas que agradecen y
valoran la labor de los laicos, en este caso de los ministros extraordinarios
de la comunión, en nuestras parroquias. Éstos demuestran que hay acción
evangelizadora más allá de la Eucaristía, alargan los dedos de la parroquia
para llegar a las casas donde nos esperan los mayores y enfermos de nuestras
comunidades. Y eso, el sacerdote solo, no puede.
Por eso, cada vez que veamos
al sacerdote o al ministro extraordinario de la comunión dejar al Santísimo en
el sagrario, pensemos lo siguiente: cuando acabe la Misa puedo estar rezando
delante de él un momento porque ahí permanece Cristo realmente. Sin embargo,
también hace presente a todas esas personas que, por enfermedad, no pueden
acercarse a la Eucaristía y que luego serán visitadas por un ministro.
Demos gracias por el corazón
de nuestras parroquias, que no son los sacerdotes, que vienen y van, sino los
laicos que se preocupan y desviven por ellas.
Vuestro párroco
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