viernes, 18 de noviembre de 2016

Y VOLVIÓ A SONAR LA MÚSICA

Esta semana se cumplía un año de los atentados que atemorizaron la ciudad de ParÍs. Las cadenas de televisión nos han hecho memoria de aquello que nuestra mente se había encargado de poner en el cajón de las cosas que es mejor no recordar.

Me vino a la cabeza la noche aquella que no podía despegarme del canal de noticias "24h" mientras se me escapaba alguna que otra lágrima. Recuerdo también como por esos días la inseguridad crecía en mi interior: cuando cogía el metro, iba al centro de Valencia capital. Recuerdo también que estábamos en plena preparación del Encuentro de Taizé y sólo me venía a la cabeza la cantidad inmensa de jóvenes que iban a venir y lo peligroso que podía ser. Recuerdo también ir a una oración de jóvenes en la Catedral y sentir miedo. Miedo real a que ocurriera algo. Europa se encontraba en estado de shock y de alerta como nunca antes había experimentado.

Pero un año sana muchas cosas y la sensación de miedo y falta de seguridad han pasado a la historia. La vida continua apaciblemente a nuestro alrededor y, todo aquello, queda ya muy lejos.

No pueden decir lo mismo todas aquellas personas que han tenido que salir de sus casas por causa de la guerra, todas aquellas personas que son perseguidas por su fe, todas aquellas personas que sufren por las mafias, por gobiernos despóticos y totalitarios. Nadie pondrá velas por ellos en las calles, ni en las plazas de las grandes ciudades, no se harán concentraciones masivas ni ocuparán las portadas de las noticias en cualquiera de sus formatos. Total…a nosotros no nos toca y, lo que la globalización y las redes sociales parecen acercar, el egoísmo lo aleja totalmente.

No me imagino a Jesús, en el pasaje de este fin de semana, Solemnidad de Jesucristo Rey del Universo, diciéndole al buen ladrón: “¡Apáñate tú mismo que yo estoy en las mismas circunstancias!” Al contrario, pasando lo mismo que el ladrón, se hace uno con él y le anuncia su entrada en el Paraíso. El Rey de los Judíos, como rezaba la condena puesta sobre su cabeza, coronando con espinas y sentado en su particular sede: la Cruz. “Menudo rey” dirían los que pasaban por allí. “Pues seguro que hará más él allí en la cruz que el que tenemos” respondería el otro.

Y tanto. Incluso clavado de pies y manos Cristo era libre. Estaba dando su vida porque quería. Desde ese curioso árbol de la cruz, el Universo entero conocía la verdadera Vida. Esos dos maderos inertes se llenarían de vida tras ser rociados con la Sangre de Jesús; y de sus brotes surgimos nosotros: la Iglesia.

Los cristianos observamos esta semana el misterio de Cristo como centro de todo lo Creado. Centro de mi existencia. Lo que el Señor por amor había formado en el origen, por amor volvía a nacer en una nueva Vida tras la muerte y resurrección de Cristo, la Palabra hecha Carne. Cristo que reina en el corazón de las personas que viven en la pobreza, en medio de la guerra o en medio de la persecución.


Pero esto no nos toca a nosotros. Eso queda demasiado lejos. Hemos creado un muro que nos evita poder ver todo lo que nos rodea. Así se vive más tranquilo, ya tengo yo bastante con mis problemas (clavado en mi cruz) para estar pendiente de los de los demás (el buen ladrón). Tristemente, la única noticia de esta semana fue que volvió a sonar la música en la sala Bataclán de París…

Vuestro párroco

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