Y VOLVIÓ A SONAR LA MÚSICA
Esta semana se cumplía un año de los atentados que
atemorizaron la ciudad de ParÍs. Las cadenas de televisión nos han hecho
memoria de aquello que nuestra mente se había encargado de poner en el cajón de
las cosas que es mejor no recordar.
Me vino a la cabeza la noche aquella que no podía despegarme
del canal de noticias "24h" mientras se me escapaba alguna que otra lágrima.
Recuerdo también como por esos días la inseguridad crecía en mi interior:
cuando cogía el metro, iba al centro de Valencia capital. Recuerdo también que
estábamos en plena preparación del Encuentro de Taizé y sólo me venía a la
cabeza la cantidad inmensa de jóvenes que iban a venir y lo peligroso que podía
ser. Recuerdo también ir a una oración de jóvenes en la Catedral y sentir
miedo. Miedo real a que ocurriera algo. Europa se encontraba en estado de shock
y de alerta como nunca antes había experimentado.
Pero un año sana muchas cosas y la sensación de miedo y
falta de seguridad han pasado a la historia. La vida continua apaciblemente a nuestro
alrededor y, todo aquello, queda ya muy lejos.
No pueden decir lo mismo todas aquellas personas que han
tenido que salir de sus casas por causa de la guerra, todas aquellas personas
que son perseguidas por su fe, todas aquellas personas que sufren por las
mafias, por gobiernos despóticos y totalitarios. Nadie pondrá velas por ellos
en las calles, ni en las plazas de las grandes ciudades, no se harán
concentraciones masivas ni ocuparán las portadas de las noticias en cualquiera
de sus formatos. Total…a nosotros no nos toca y, lo que la globalización y las
redes sociales parecen acercar, el egoísmo lo aleja totalmente.
No me imagino a Jesús, en el pasaje de este fin de semana,
Solemnidad de Jesucristo Rey del Universo, diciéndole al buen ladrón: “¡Apáñate
tú mismo que yo estoy en las mismas circunstancias!” Al contrario, pasando lo
mismo que el ladrón, se hace uno con él y le anuncia su entrada en el Paraíso.
El Rey de los Judíos, como rezaba la condena puesta sobre su cabeza, coronando
con espinas y sentado en su particular sede: la Cruz. “Menudo rey” dirían los
que pasaban por allí. “Pues seguro que hará más él allí en la cruz que el que
tenemos” respondería el otro.
Y tanto. Incluso clavado de pies y manos Cristo era libre.
Estaba dando su vida porque quería. Desde ese curioso árbol de la cruz, el
Universo entero conocía la verdadera Vida. Esos dos maderos inertes se
llenarían de vida tras ser rociados con la Sangre de Jesús; y de sus brotes
surgimos nosotros: la Iglesia.
Los cristianos observamos esta semana el misterio de Cristo
como centro de todo lo Creado. Centro de mi existencia. Lo que el Señor por
amor había formado en el origen, por amor volvía a nacer en una nueva Vida tras
la muerte y resurrección de Cristo, la Palabra hecha Carne. Cristo que reina en
el corazón de las personas que viven en la pobreza, en medio de la guerra o en
medio de la persecución.
Pero esto no nos toca a nosotros. Eso queda demasiado lejos.
Hemos creado un muro que nos evita poder ver todo lo que nos rodea. Así se vive
más tranquilo, ya tengo yo bastante con mis problemas (clavado en mi cruz) para
estar pendiente de los de los demás (el buen ladrón). Tristemente, la única
noticia de esta semana fue que volvió a sonar la música en la sala Bataclán de París…
Vuestro párroco
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