viernes, 3 de febrero de 2017

DE HORMIGAS 
Y OTROS ANIMALES


Había una vez unas hormigas que, tras buscar y buscar en diferentes campos, decidieron establecerse en uno muy bonito con muchos naranjos y demás árboles alimentados por un potente río que pasaba no muy lejos de allí.

Estas hormigas convivieron con otros insectos que había por la zona y con los innumerables pájaros que anidaban en las copas de los árboles. Todos las conocían y, de vez en cuando, iban a visitarlas ya que eran muy alegres y tenían unas costumbres muy particulares.

Todos los días, cuando salía el sol, se juntaban todas las hormigas en la entrada del hormiguero y frotaban bien fuerte sus antenas de forma que todos los que estaban alrededor podían escucharlas. Era un sonido fuerte, que duraba apenas unos minutos, pero todos se alegraban de escucharlo porque significaba que había empezado un nuevo día. Los habitantes del campo empezaban a trabajar después de ese sonido, excepto los que trabajaban por la noche, que esperaban aquella música con ansia, pues significaba que podían acabar su tarea.

Este ritual lo repetían cada hora. Las hormigas paraban de recoger alimentos para juntarse en la entrada del hormiguero y frotar todas juntas sus antenas. Ese sonido iba acompañando los quehaceres de todos los que habitaban ese campo.

Todas las tardes, antes de acabar la jornada, las hormigas se juntaban de nuevo para hacer otro canto diferente, esta vez más seguido. Con ello indicaban a las hormigas que estaban lejos y no siempre podían juntarse con las demás para frotar sus antenas, que era hora ya de volver al hormiguero para dar gracias por el día que estaba acabando y por los alimentos que habían podido recolectar. Lo hacían tres veces casi seguidas y, después del tercero, todas se quedaban juntas y en silencio un ratito antes de volver a entrar en el hormiguero de nuevo.

Había días que se juntaban más veces de lo normal. Esos días hacían sonidos diferentes pues celebraban el nacimiento de nuevas hormigas, cuando se casaban las hormigas que se enamoraban, por el cumpleaños de la hormiga reina, etc. Otras veces, en cambio, sus canciones eran tristes ya que despedían, todas juntas, a las hormigas que pasaban al hormiguero eterno donde ya nunca tendrían que cargar con los alimentos sino vivir en paz.
Pasaron las generaciones y las hormigas continuaron en ese campo. Y todo el mundo las conocía y se alegraban (la gran mayoría) de que estuvieran allí.


Llegaron otros animales al campo a vivir buscando comida ya que, de donde venían, ya no se podía vivir como lo hacían sus antepasados. En el campo cabían todos y nadie les puso pegas para que se instalaran, al contrario, todos les ayudaron a asentarse. Pero pronto, los nuevos vecinos, comenzaron a quejarse del ruido que hacían las hormigas “a todas horas” y de sus desfasadas tradiciones. Los de su misma especie, que vivían allí generaciones y generaciones, les explicaron lo importante que era, para aquel campo, el sonido de las hormigas al frotar sus antenas. Pero no quisieron escuchar y obligaron a las hormigas a hacer lo mismo pero sin frotar las antenas…total, a nadie (a su parecer) le importaba saber cuándo era fiesta en el hormiguero… “¡¡No todos somos hormigas!!”

El campo continuó su marcha como todos los días y las hormigas también. El devenir del tiempo lo fue marcando otros ruidos más modernos y “democráticos” que, a su parecer, no excluían a nadie.


Sin embargo, algunos días, los diferentes animales que habían estado allí desde siempre, se ponían a los pies del hormiguero y observaban a las hormigas reunirse de nuevo. Aunque la reunión era en silencio, en sus corazones continuaban escuchando el frotar de sus antenas, mientas pedían con esperanza que, algún día, todos los animales del campo sepan vivir en armonía, permitiéndose unos a otros, convivir en paz…

Vuestro párroco

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