Y ESTAMOS TAN A GUSTITO…
¿No os ha pasado nunca estar en un lugar y no querer
marcharos? ¿No os habéis sentido tan a gusto en un sitio que marcharos
significaría dejar una parte de vosotros mismos en ese lugar? Y ya no tanto de
lugares. ¿No habéis querido más de una vez que el tiempo se detuviese en algún
momento de vuestras vidas?
A mi sí. Gracias a Dios en bastantes ocasiones. Lo único
malo que veo en eso (al menos en mi caso) es que me sobran dedos de la mano
para contar los momentos que no querían que acabase y que Él tuviera algo que
ver. Una oración, una Eucaristía,…pocas son las veces que puedo decir que me
hubiera gustado que no acabasen.
No es porque no disfruto en su compañía pero reconozco que
el corazón, a menudo, es débil y preferimos otras cosas (que no digo que no
sean necesarias ni buenas) a estar disfrutando de la presencia de Cristo. Ahora
bien, me consuela saber que, las veces que recuerdo haber tenido esta necesidad
de que no acabara, han sido verdaderos momentos de consuelo, de paz y de
oración.
Mi pregunta es por qué no es siempre así; por qué no
tenemos esos deseos de que no culmine nuestros momentos de oración, las
Eucaristías que celebramos o los retiros que podamos realizar. Y sé que la respuesta
no se haya en Dios. Que la culpa no es suya.
Si verdaderamente me preparara antes de la Eucaristía, o
antes de la oración, o cuando fuese todo sería diferente. Si guardara, al
menos, los últimos minutos antes de empezar en silencio y oración, si fuera
puntual y no llegara tarde, si mi corazón pudiese sosegarse antes de
encontrarme con Él (tanto del sacerdote como del laico) seguro que todas las
veces tendríamos ganas de más.
Este puede ser un buen objetivo para vivir durante esta
Cuaresma. Podemos caer en el peligro de la monotonía, de perder el sentido de
lo que estamos celebrando, de restarle la importancia que tiene. Y si los que
tenemos el gran regalo de poder tener esta relación con Jesús más asidua caemos
en esto, ¿qué ejemplo estamos dando a los que acuden de forma ocasional? ¿No
podríamos ser nosotros quienes ayudáramos a vivir a los demás ese encuentro con
el Señor?
¡Puff! Sólo de pensar en una Iglesia y en unos cristianos
así se me erizan los pelos de la piel. Sólo de pensar en el bien que podríamos
hacer a esas personas que no saben lo que están haciendo en la parroquia cuando
vienen a un entierro, a una Misa por un difunto, a otro Sacramento, o no saben
cómo rezar, me emociono. Pidamos al Señor en esta Cuaresma valor y fuerza para
poder hacerlo.
Vuestro párroco
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