Nuevos aires
Y llegó el fin de la Pascua.
La fiesta de Pentecostés cierra este tiempo litúrgico que ha durado cincuenta
días, y lo hace a lo grande: la llegada del Espíritu Santo sobre la Iglesia.
En el segundo libro de San
Lucas, los Hechos de los Apóstoles, se nos narra el momento en que el Espíritu
desciende sobre los Apóstoles, que estaban juntos reunidos en oración. En ese
momento comienzan a hablar lenguas diferentes a las suyas anunciando el mensaje
de Cristo de forma que, todos los extranjeros que los escuchaban, entendían
perfectamente, en su propio idioma, el Evangelio.
La Iglesia naciente tuvo que
aprender a hablar otros idiomas para que el mensaje de Jesús pudiera ser más
conocido y extenderse. Dos mil años después seguimos sin entender esto.
Hemos pasado el tiempo en que
todo se creía porque sí, porque no había más remedio, porque era malo pensar
diferente. Hemos (los cristianos todos) abusado del poder y del control en
ciertos momentos de la historia y, muy a mi pesar, estamos aun pagando las
consecuencias.
Si queremos vencer los prejuicios de los que
gozamos deberíamos aprender hablar idiomas nuevos como les ocurrió a los
Apóstoles. La Iglesia, los cristianos, debemos aprender a hablar con el mundo
que nos rodea y no convertirnos en una isla independiente ajena a todo lo que
ocurre a nuestro alrededor.
Se nos plantean nuevos retos y
cuestiones que debemos responder desde la lógica del amor y del perdón que nos
enseñó Jesús. La sociedad cambia a pasos agigantados y no podemos responder con
las mismas palabras que hace dos mil años. Permaneciendo fieles hasta la última
coma al Evangelio debemos saber dar una nueva visión de la fe: nuevos métodos,
nuevas palabras, nuevas acciones,…pero siempre al lado del Señor.
No podemos concebir la vida de
nuestras parroquias simplemente de forma ritual, es decir, la Misa y poco más.
Así se ha visto durante muchos años y así es como se nos mira ahora: quiero un
Bautizo, una Misa, una Boda, una Comunión,…lo que sea, pero cuando yo quiera,
de la forma que yo quiera y poniendo las condiciones que yo quiera. ¡No me
pongas pegas que me voy a otra parroquia! ¡No me exijas la fe que yo solo
quiero hacer la celebración!
En fin, mucha faena tiene que
hacer el Espíritu Santo con nosotros. Menos mal que decimos que la Iglesia
siempre va en camino. ¿Seremos capaces de dejarnos guiar por el Espíritu aunque
el viaje sea más largo o cogeremos nosotros el timón para navegar hacia las
aguas de la oferta y la demanda? Si cogemos la segunda opción, por mucho que
digamos y disfracemos la realidad, allí no estará Dios…
Vuestro párroco
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