sábado, 19 de mayo de 2018


Nuevos aires
Y llegó el fin de la Pascua. La fiesta de Pentecostés cierra este tiempo litúrgico que ha durado cincuenta días, y lo hace a lo grande: la llegada del Espíritu Santo sobre la Iglesia.

En el segundo libro de San Lucas, los Hechos de los Apóstoles, se nos narra el momento en que el Espíritu desciende sobre los Apóstoles, que estaban juntos reunidos en oración. En ese momento comienzan a hablar lenguas diferentes a las suyas anunciando el mensaje de Cristo de forma que, todos los extranjeros que los escuchaban, entendían perfectamente, en su propio idioma, el Evangelio.

La Iglesia naciente tuvo que aprender a hablar otros idiomas para que el mensaje de Jesús pudiera ser más conocido y extenderse. Dos mil años después seguimos sin entender esto.
Hemos pasado el tiempo en que todo se creía porque sí, porque no había más remedio, porque era malo pensar diferente. Hemos (los cristianos todos) abusado del poder y del control en ciertos momentos de la historia y, muy a mi pesar, estamos aun pagando las consecuencias.

 Si queremos vencer los prejuicios de los que gozamos deberíamos aprender hablar idiomas nuevos como les ocurrió a los Apóstoles. La Iglesia, los cristianos, debemos aprender a hablar con el mundo que nos rodea y no convertirnos en una isla independiente ajena a todo lo que ocurre a nuestro alrededor.

Se nos plantean nuevos retos y cuestiones que debemos responder desde la lógica del amor y del perdón que nos enseñó Jesús. La sociedad cambia a pasos agigantados y no podemos responder con las mismas palabras que hace dos mil años. Permaneciendo fieles hasta la última coma al Evangelio debemos saber dar una nueva visión de la fe: nuevos métodos, nuevas palabras, nuevas acciones,…pero siempre al lado del Señor.

No podemos concebir la vida de nuestras parroquias simplemente de forma ritual, es decir, la Misa y poco más. Así se ha visto durante muchos años y así es como se nos mira ahora: quiero un Bautizo, una Misa, una Boda, una Comunión,…lo que sea, pero cuando yo quiera, de la forma que yo quiera y poniendo las condiciones que yo quiera. ¡No me pongas pegas que me voy a otra parroquia! ¡No me exijas la fe que yo solo quiero hacer la celebración!

En fin, mucha faena tiene que hacer el Espíritu Santo con nosotros. Menos mal que decimos que la Iglesia siempre va en camino. ¿Seremos capaces de dejarnos guiar por el Espíritu aunque el viaje sea más largo o cogeremos nosotros el timón para navegar hacia las aguas de la oferta y la demanda? Si cogemos la segunda opción, por mucho que digamos y disfracemos la realidad, allí no estará Dios…

Vuestro párroco

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