Y no eran
de San Juan
Los que me leéis asiduamente
sabéis que no hablo nunca sobre política. Sí que intento hacer un retrato de lo
que ocurre a nuestro alrededor intentando dar una visión cristiana de las cosas
sin que mis palabras se tiñan ni de rojo, ni de azul, ni morado, ni naranja, ni
verde…
Si lo hiciera y, como se dice
vulgarmente, “se me viera el plumero” os prometo que no podría dormir
tranquilo. No es mi estilo. Sin embargo, como en la viuda del Evangelio de este
fin de semana, intento no titubear cuando hay que reclamar justicia ante una
injusticia. A tiempo y a destiempo hasta que mi clamor sea escuchado.
Durante estos últimos años
hemos convivido con el único problema que, al parecer, había en España como es
el tema del independentismo. Todos los santos días aparecía una noticia por
allí, unas declaraciones por allá o el típico imbécil de turno que soltaba
alguna perla con el único objetivo de tener su minuto de gloria en los medios
de comunicación.
El culmen de todo esta
vorágine informativa la tuvimos el lunes pasado con la sentencia a los
imputados del “procés”. Acertada, necesaria o excesiva han sido algunos de los
comentarios que se han hecho sobre la misma.
Ante esto todos tenemos
derecho a la pataleta, a la manifestación (que últimamente se estila mucho) o a
la crítica. Puedes estar de acuerdo o no con lo que se diga pero cada uno es
libre de poder expresarse (o, al menos, eso nos dicen).
Lo que ya no entiendo es la
violencia desmesurada que está ocurriendo por las calles de las principales
capitales catalanas, en especial, en Barcelona. El miércoles por la noche, mis
padres y yo, mirábamos atónitos como una preciosa ciudad se había convertido en
un campo de batalla. Es lo que tiene los extremismos o fanatismos…que no tienen
límite…siempre se puede ir más allá.
No todos pueden pensar lo
mismo y la violencia a modo de guerrilla callejera no puede obligar a nadie a
pensar lo que no cree. Tampoco lo puede hacer la violencia política que, aunque
vestida con guantes de seda, puede llegar a hacer tanto daño como un cóctel
molotov.
Ambas violencias son una
injustica que el cristiano ha de denunciar. Por medio de la palabra, sí, pero
sobre todo por medio de la oración. Y si algo podemos hacer los que nos consideramos
cristianos es rezar para que toda esta barbarie sin sentido cese para siempre.
Mientras no lo hagamos,
mientras no pidamos al Padre la paz, las calles de Barcelona (y las de muchas
otras ciudades del mundo) seguirán estando llenas de hogueras…pero no serán
precisamente en honor de San Juan.
Vuestro párroco
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