viernes, 18 de octubre de 2019


Y no eran 
de San Juan

Los que me leéis asiduamente sabéis que no hablo nunca sobre política. Sí que intento hacer un retrato de lo que ocurre a nuestro alrededor intentando dar una visión cristiana de las cosas sin que mis palabras se tiñan ni de rojo, ni de azul, ni morado, ni naranja, ni verde…

Si lo hiciera y, como se dice vulgarmente, “se me viera el plumero” os prometo que no podría dormir tranquilo. No es mi estilo. Sin embargo, como en la viuda del Evangelio de este fin de semana, intento no titubear cuando hay que reclamar justicia ante una injusticia. A tiempo y a destiempo hasta que mi clamor sea escuchado.

Durante estos últimos años hemos convivido con el único problema que, al parecer, había en España como es el tema del independentismo. Todos los santos días aparecía una noticia por allí, unas declaraciones por allá o el típico imbécil de turno que soltaba alguna perla con el único objetivo de tener su minuto de gloria en los medios de comunicación.

El culmen de todo esta vorágine informativa la tuvimos el lunes pasado con la sentencia a los imputados del “procés”. Acertada, necesaria o excesiva han sido algunos de los comentarios que se han hecho sobre la misma.

Ante esto todos tenemos derecho a la pataleta, a la manifestación (que últimamente se estila mucho) o a la crítica. Puedes estar de acuerdo o no con lo que se diga pero cada uno es libre de poder expresarse (o, al menos, eso nos dicen).

Lo que ya no entiendo es la violencia desmesurada que está ocurriendo por las calles de las principales capitales catalanas, en especial, en Barcelona. El miércoles por la noche, mis padres y yo, mirábamos atónitos como una preciosa ciudad se había convertido en un campo de batalla. Es lo que tiene los extremismos o fanatismos…que no tienen límite…siempre se puede ir más allá.

No todos pueden pensar lo mismo y la violencia a modo de guerrilla callejera no puede obligar a nadie a pensar lo que no cree. Tampoco lo puede hacer la violencia política que, aunque vestida con guantes de seda, puede llegar a hacer tanto daño como un cóctel molotov.

Ambas violencias son una injustica que el cristiano ha de denunciar. Por medio de la palabra, sí, pero sobre todo por medio de la oración. Y si algo podemos hacer los que nos consideramos cristianos es rezar para que toda esta barbarie sin sentido cese para siempre.

Mientras no lo hagamos, mientras no pidamos al Padre la paz, las calles de Barcelona (y las de muchas otras ciudades del mundo) seguirán estando llenas de hogueras…pero no serán precisamente en honor de San Juan.

Vuestro párroco

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