La mirada de
María
Algunas mañanas, cuando los
pequeñajos del cole salen al patio, me gusta sentarme en el primer banco de la
parroquia y escucharlos gritar mientras rezo un poco. A veces cierro los ojos,
otras leo y otras me quedo mirando la imagen de nuestra titular la Virgen de
Fátima.
Me gusta pensar que desde el
altar ella vela por esos “locos bajitos”, como cantaba Joan Manuel Serrat, que
no paran de gritar y correr ajenos por completo a lo que ocurre al otro lado de
la pared que separa el patio de la parroquia. No es que me guste pensar eso, es
que tengo la certeza de que así ocurre.
Los gritos y golpes de los
niños, lejos de molestar, se convierten en parte de la oración y se funden con
el silencio que media entre las dos miradas: la de María y la mía. Y es que la
imagen que preside nuestro altar enamora hasta tal punto que sobra cualquier
palabra ante la mirada de la eterna sonrisa de Fátima.
Es en esos momentos cuando
intento imaginar qué es lo que vería en esos pobres niños portugueses para decidir
aparecerse ante ellos y hablarles. Nos queda mucho por aprender de la mirada de
María para poder responder a esa pregunta. Pero entonces, giro la cabeza a la
izquierda y me encuentro con la imagen de los dos pastorcillos; sencillos,
humildes,…y caigo en la cuenta que María se veía a sí misma en esos tres
pastorcillos.
María se fijó en los mismos
rasgos que vio el Padre cuando se fijó en ella para ser la Madre de Jesús.
Había aprendido a mirar de la misma forma que el Padre. María nos enseña a ver
lo que nos rodea con la misma mirada de Dios. Una mirada limpia, desde el punto
de vista del amor y que no juzga.
Como preámbulo de nuestra
fiesta, celebramos este fin de semana la Festividad de la Virgen de los
Desamparados. Con razón llaman al mes de mayo el mes de María pues es ella la
que nos va marcando el paso de los días para que vayamos aprendiendo de su
corazón perfecto de madre.
Dejémonos sorprender por ella,
dejémonos guiar hacia Jesús. Que ella nos enseñe a mirar con sus mismos ojos:
desde el prisma del Amor de Dios.
Vuestro párroco
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