sábado, 6 de mayo de 2017

La mirada de María
Algunas mañanas, cuando los pequeñajos del cole salen al patio, me gusta sentarme en el primer banco de la parroquia y escucharlos gritar mientras rezo un poco. A veces cierro los ojos, otras leo y otras me quedo mirando la imagen de nuestra titular la Virgen de Fátima.

Me gusta pensar que desde el altar ella vela por esos “locos bajitos”, como cantaba Joan Manuel Serrat, que no paran de gritar y correr ajenos por completo a lo que ocurre al otro lado de la pared que separa el patio de la parroquia. No es que me guste pensar eso, es que tengo la certeza de que así ocurre.

Los gritos y golpes de los niños, lejos de molestar, se convierten en parte de la oración y se funden con el silencio que media entre las dos miradas: la de María y la mía. Y es que la imagen que preside nuestro altar enamora hasta tal punto que sobra cualquier palabra ante la mirada de la eterna sonrisa de Fátima.

Es en esos momentos cuando intento imaginar qué es lo que vería en esos pobres niños portugueses para decidir aparecerse ante ellos y hablarles. Nos queda mucho por aprender de la mirada de María para poder responder a esa pregunta. Pero entonces, giro la cabeza a la izquierda y me encuentro con la imagen de los dos pastorcillos; sencillos, humildes,…y caigo en la cuenta que María se veía a sí misma en esos tres pastorcillos.

María se fijó en los mismos rasgos que vio el Padre cuando se fijó en ella para ser la Madre de Jesús. Había aprendido a mirar de la misma forma que el Padre. María nos enseña a ver lo que nos rodea con la misma mirada de Dios. Una mirada limpia, desde el punto de vista del amor y que no juzga.

Como preámbulo de nuestra fiesta, celebramos este fin de semana la Festividad de la Virgen de los Desamparados. Con razón llaman al mes de mayo el mes de María pues es ella la que nos va marcando el paso de los días para que vayamos aprendiendo de su corazón perfecto de madre.

Dejémonos sorprender por ella, dejémonos guiar hacia Jesús. Que ella nos enseñe a mirar con sus mismos ojos: desde el prisma del Amor de Dios.

Vuestro párroco

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