viernes, 28 de abril de 2017

RECUERDO

Recuerdo los días previos a la celebración de mi Primera Comunión. Recuerdo escuchar a mi madre decir que, cuando saliera del colegio, tenía que ir derechito al horno para ayudarle a hacer los dulces que íbamos a comer el día de la fiesta y que luego repartiríamos al resto de la familia y amigos que no pudiesen venir.

Recuerdo también como, días antes viniese el cámara y el fotógrafo para hacer el video donde contaba todos los regalos que me habían hecho y quien me lo había regalado. Cómo me hicieron cambiarme y vestirme como si fuera a ir a la parroquia mientras me ayudaban mi padre y madre con una sonrisa de orgullo (ellos sabían muy bien lo importante que era esa fiesta para mi fe) y con la sonrisa picarona de mis hermanos, uno de ellos mi catequista, mientras me quedaba medio en cueros ante el objetivo de la cámara.

Recuerdo también preparar las mesas en casa de mi abuela el día anterior a la Comunión mientras ella, mi madre y, creo recordar también a mis tías, preparaban el “Lomo de Sajonia” que iba a ser el plato principal del día siguiente. La bebida, los detalles para los invitados (la familia más allegada) , las harmónicas para los niños con la fecha de mi Comunión, las bandejas con los dulces que había ayudado a preparar, etc…

Recuerdo el mismo día de la Primera Comunión. Bajar por las escaleras de mi casa a la calle, la traca que tiraron cuando salí, todos los vecinos asomándose, el camino hasta la parroquia, el encuentro con mis amigos todos vestidos para la ocasión, la parroquia a reventar de gente, el momento de tomar el Cuerpo de Cristo y, después, su Sangre (que me la dio mi hermano el catequista). La comida, la fiesta y el beso de mi madre al dormir mientras me preguntaba si me lo había pasado bien.

Si me preguntáis si era consciente de lo que estaba ocurriendo a mi alrededor perfectamente os diría que no. Es complicado (que no imposible) que a esas edades nos demos cuenta del paso tan importante que damos. Quizá ese día no, pero el domingo siguiente si, y al otro, y al otro,…y poco a poco vas dándote cuenta de que ya no te quedas sentado en el banco mirando como comulga la gente, sino que participas como uno más.

Doy gracias a Dios por mantener vivo ese recuerdo; pero doy más gracias a Dios por haber podido continuar comulgando hasta el día de hoy, de haber podido celebrar la Eucaristía junto con mi familia. Me siento afortunado porque, desgraciadamente, no todos pueden decir lo mismo que yo.

Padres y madres que preparáis ahora las Primeras Comuniones de vuestros hijos…por Dios, que no sea la primera y la última. No enseñéis a vuestros hijos a aparentar y a posar…sino a creer.

Vuestro párroco

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