UN NUEVO IDIOMA
Hace unos días encontré el
cancionero que utilizaba en el Seminario y no pude resistir la tentación de
coger la guitarra y, como no tengo vecino alguno al que molestar, cantar como
si se me fuese la vida en ello. De fondo escuchaba silbar a mi ninfa “Tete” no sé
si porque quería acompañarme o porque quería tapar mi voz porque no lo
soportaba.
La cuestión es que topé con
una canción que hacía mucho tiempo que no cantaba y cuyo estribillo no ha
dejado de rondar mi cabeza desde entonces. Rezaba así: “Unido a Dios en alianza, el nuevo pueblo en marcha va, luchando
aquí por la esperanza de un mundo nuevo que vendrá”.
Tras la celebración de estos
días de la Solemnidad de Todos los Santos donde observábamos la grandeza de los
“mejores hijos de la Iglesia”, como
decíamos en el Prefacio de ese día, y pensar en la fuerza que desde el regazo
de Dios nos regalan y envían los santos; pienso en el poder de la oración.
Muchas son las personas, no
sólo de Sueca, que me llaman pidiendo que rece por algún motivo en particular.
A menudo, incluyo esas peticiones en la oración de los fieles que realizamos
todos los días en la Eucaristía para que la mis parroquianos colaboren y, entre
todos, hagamos más fuerza en la oración.
Personalmente, pongo esmero,
mucho cariño y dedicación en las peticiones que me piden, independientemente
del grado de amistad que mantenga con las personas que me llaman. No ya por
hacerles el favor sino porque creo que la oración de intercesión es poderosa.
Lo mejor es cuando, al cabo
del tiempo, esas personas te vuelven a llamar contándote que lo que había
rezado se había cumplido. Durante esas llamadas la palabra “gracias” no deja de
repetirse una y otra vez a lo que yo contesto que no es a mí a quien tienen que
darlas.
Leía el otro día en un
artículo que, para poder hablar con Dios, era necesario que utilizáramos su
mismo lenguaje: el del amor. Y me doy cuenta que cuanto más amor pones en la
oración más cerca estamos del corazón de Dios. Y como si de un círculo vicioso
se tratase, cuanto más amor pongas, más te entregas a la oración.
Algo así nos dice san Pablo
esta semana en la segunda lectura que proclamaremos de la carta a los
Tesalonicenses: “Os tratamos con
delicadeza, como una madre cuida de sus hijos. Os teníamos tanto cariño que
deseábamos entregaros no sólo el Evangelio de Dios, sino hasta nuestras propias
personas, porque os habíais ganado nuestro amor”. Aunque el Apóstol aquí
habla de la acogida que tuvieron en la comunidad cristiana de Tesalónica, no es
descabellado pensar que cuanto más amor y entrega ponemos en las peticiones que
nos hacen para que las llevemos a la oración, más fuerza cobra nuestros rezos.
Sólo mediante este nuevo
idioma del amor lucharemos por la esperanza de ese nuevo mundo que vendrá.
Vuestro párroco
UNIDOS A DIOS EN ALIANZA...LUCHANDO AQUÍ POR LA ESPERANZA DE UN MUNDO NUEVO QUE VENDRÁ!!
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