viernes, 23 de noviembre de 2018


Colaboradores

El día de nuestro bautismo, nuestros padres se comprometieron ante Dios a educarnos en la fe. A partir de ese momento, somos guiados por ellos (y por nuestros padrinos) hacia Cristo hasta el momento en que cada uno, de forma libre y voluntaria, se suelta de la mano de sus progenitores y comienza este camino solo.

Los catequistas de cada parroquia, incluyendo el sacerdote, prestan su ayuda a la hora de iniciar este camino de fe. Donde los padres o padrinos no llegan lo pueden hacer los catequistas, personas de confianza con amplios conocimientos de Dios que viven su fe de forma activa en cada una de las parroquias.


La palabra clave es la que da título a este artículo: colaboradores, según el diccionario, significa “persona que trabaja con otras en la realización de una tarea común”. En ningún de las acepciones que puede tener esta palabra aparece que, los colaboradores, suplen la figura de nadie, al contrario, aúnan esfuerzos para realizar una tarea; en el caso que nos toca: el anuncio del Evangelio.

Ningún catequista o monitor podrá suplir jamás el ejemplo de un padre o una madre a la hora de educar a sus hijos en la fe. Los primeros aportarán sus conocimientos y su tiempo libre y los segundos acompañaran a su prole en el proceso catequético.

Lo mismo ocurre en los colegios. Los maestros y profesores no pueden suplir la educación cívica que se debe realizar en los hogares. Los primeros mostrarán conocimientos al niño que le servirán en el futuro junto con ciertas nociones de humanidad; lo que no pueden hacer es criar a los hijos de otros padres. Conocimientos y educación son dos cosas distintas. Podremos criticar a un maestro porque nuestros hijos no tienen los conocimientos necesarios pero nunca podemos criticarlo porque nuestros hijos no tienen educación. Eso nace en los hogares…y allí  no hay profesores ni catequistas…hay padres.

Mis padres nunca han sido mis amigos, han sido mis padres y les he tenido un respeto muchísimo mayor que el que le podía tener a mis amigos. Porque estos últimos vienen y van, crecen y disminuyen, pero los padres se mantienen siempre ahí, mientras su corazón lata, y, por muchas perrerías que les pudiéramos hacer, siempre estarán dispuestos a acoger a un hijo.

Cuando reconocemos a nuestra parroquia y a la gente que allí entrega su tiempo como una gran colaboradora en nuestra labor educativa en la fe (o un colegio en el plano educativo) dejamos de exigirle imposibles para comenzar a pedir su ayuda en los momentos que no sabemos por dónde tirar.

Sólo así podemos tener respeto hacia la parroquia o hacia el colegio y, como no, a los que allí dan de su tiempo o trabajan. Los padres no pueden pedir a otros que hagan su labor. Si queremos una sociedad mejor tendremos que ocupar cada uno nuestros roles.

Vuestro párroco

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