Colaboradores
El
día de nuestro bautismo, nuestros padres se comprometieron ante Dios a
educarnos en la fe. A partir de ese momento, somos guiados por ellos (y por
nuestros padrinos) hacia Cristo hasta el momento en que cada uno, de forma
libre y voluntaria, se suelta de la mano de sus progenitores y comienza este
camino solo.
Los
catequistas de cada parroquia, incluyendo el sacerdote, prestan su ayuda a la
hora de iniciar este camino de fe. Donde los padres o padrinos no llegan lo
pueden hacer los catequistas, personas de confianza con amplios conocimientos
de Dios que viven su fe de forma activa en cada una de las parroquias.
La
palabra clave es la que da título a este artículo: colaboradores, según el
diccionario, significa “persona que trabaja con otras en la realización de una tarea común”.
En ningún de las acepciones que puede tener esta palabra aparece que, los
colaboradores, suplen la figura de nadie, al contrario, aúnan esfuerzos para
realizar una tarea; en el caso que nos toca: el anuncio del Evangelio.
Ningún
catequista o monitor podrá suplir jamás el ejemplo de un padre o una madre a la
hora de educar a sus hijos en la fe. Los primeros aportarán sus conocimientos y
su tiempo libre y los segundos acompañaran a su prole en el proceso
catequético.
Lo
mismo ocurre en los colegios. Los maestros y profesores no pueden suplir la
educación cívica que se debe realizar en los hogares. Los primeros mostrarán
conocimientos al niño que le servirán en el futuro junto con ciertas nociones
de humanidad; lo que no pueden hacer es criar a los hijos de otros padres.
Conocimientos y educación son dos cosas distintas. Podremos criticar a un
maestro porque nuestros hijos no tienen los conocimientos necesarios pero nunca
podemos criticarlo porque nuestros hijos no tienen educación. Eso nace en los
hogares…y allí no hay profesores ni
catequistas…hay padres.
Mis
padres nunca han sido mis amigos, han sido mis padres y les he tenido un
respeto muchísimo mayor que el que le podía tener a mis amigos. Porque estos
últimos vienen y van, crecen y disminuyen, pero los padres se mantienen siempre
ahí, mientras su corazón lata, y, por muchas perrerías que les pudiéramos
hacer, siempre estarán dispuestos a acoger a un hijo.
Cuando
reconocemos a nuestra parroquia y a la gente que allí entrega su tiempo como
una gran colaboradora en nuestra labor educativa en la fe (o un colegio en el
plano educativo) dejamos de exigirle imposibles para comenzar a pedir su ayuda
en los momentos que no sabemos por dónde tirar.
Sólo
así podemos tener respeto hacia la parroquia o hacia el colegio y, como no, a
los que allí dan de su tiempo o trabajan. Los padres no pueden pedir a otros
que hagan su labor. Si queremos una sociedad mejor tendremos que ocupar cada
uno nuestros roles.
Vuestro párroco
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