viernes, 25 de enero de 2019


Un beso
Desde hace diez años, siempre la última semana completa del mes de enero, cumplo con la obligación, la devoción y la necesidad, convertida en deseo, de marchar unos días al monasterio benedictino de Montserrat.

Paso olímpicamente de las cargas políticas que algunos puedan dar a este lugar. Para mí es lugar de encuentro con Dios y con los monjes que, durante estos años he ido conociendo, casi sin mediar palabra pues respetan el silencio y el camino espiritual que cada uno va realizando.

La jornada culmina pronto, a las 21’30 suele acabar la oración de completas, la última del día (o tarde si consideramos que el primer rezo es a las seis de la mañana). Tras el canto a María con el que termina esta oración comienza el gran silencio. Ya nadie dice ni pío, cada uno se va a su celda y hasta el día siguiente.

Todo en un ambiente relajado, sencillo y asumido con naturalidad dentro de la vida monástica. Sin prisas, la jornada ya ha finalizado y toca descansar. Son muchos los monjes que, antes de dirigirse al catre, caminan hasta el camarín donde se encuentra la Virgen de Montserrat para darle un beso.

Primero un momento de oración ante el Santísimo. En penumbra, con la luz justa para no tropezar con las sillas. El sagrario no se ve, está tras una cortina. Sólo una pequeña luz roja indica la presencia de Jesús Sacramentado. Alzando la vista se ve la espalda de la Virgen y las cabezas de los monjes y los huéspedes que pasan para decirle buenas noches.

Espero un tiempo prudencial arrodillado en el camarín. Es el momento que vienen a mi memoria todas las personas que me han pedido oración, todas las personas que conozco, mis parroquias y mi familia. Todos están presentes y los pongo en el corazón de Cristo.

Cuando observo que ya han pasado todos los de la casa me levanto y subo los escalones que conducen hasta la Madre. Un arco de plata rodea la imagen que se encuentra totalmente iluminada y así se mantendrá toda la noche, velando por todos. Me pongo en frente de ella y la observo. Detrás de mí, su basílica está completamente oscura. Sólo la mesa del altar se mantendrá iluminada como ella. Aquí, hasta la iluminación invita a la reflexión y a la oración. Nada es casual.

Me acerco a ella y la beso. En ese beso vuelven a estar todos conmigo y pongo sus vidas en las manos cariñosas de María. “Acógeles y llévalos hacia tú Hijo como estás haciendo conmigo” medito mientras alargo el beso.

El silencio invade la Abadía montserratina pero el corazón no deja de gritar de júbilo. Es sobrecogedor; imposible de explicar con palabras los sentimientos y sensaciones que el momento destila.

Tranquilo vuelvo sobre mis pasos y me dirijo hacia la habitación. Mañana será otro día dedicado sólo a Él de la mano de María. Sólo espero que desde donde estés leyendo esto, esta noche al dormir, sientas también el beso de María arropando tu sueño como está haciendo con el mío. Que Dios vele tu descanso…

Vuestro párroco

1 comentario:

  1. Estoy leyendo su descripción muy bonita e espiritual y le pedirá q me tenga en sus oraciones, me recuerda cuando en mi juventud yo también hacia ejercicios espirituales en el monasterio de San Miguel, le deseo q disfruté de tanta Fe y recogimiento

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