DEPURANDO LAS AGUAS
Una de las noches más mágicas
del año, por no decir la que más, es la noche de Reyes. Desde bien pequeñito
(como no) me ha gustado ese día: la cabalgata, los nervios, poner cara de no
haber roto un plato, preparar turrón y mistela (que de leche ya irán saturados)
para cuando vengan a traerme los regalos… Todo esto rodeado por un halo de
misterio, de miradas furtivas y cómplices y frases del estilo: ¿Tú te has
portado bien para que te traigan eso? Momento en que ponías la mejor de tus sonrisas
y los ojos más tiernos.
Más mágica todavía se ha
vuelto esta noche ahora que me he hecho más mayor. Os digo la verdad cuando
afirmo que, la noche de Reyes, sigue siendo la noche más mágica y bonita del
año. Sólo con ver la cara de los niños, por ejemplo, cuando ven pasar, nada más
y nada menos, que a los Reyes Magos por las calles de su pueblo montado en esas
carrozas tan bonitas…se me ponen los pelos de punta.
Un regalo que nos hace el
Señor todos los años, como culminación del tiempo de Navidad, es la fiesta del
Bautismo del Señor. Digo regalo, porque nos permite renovar las promesas
bautismales de cara al año nuevo que tenemos recién estrenadito; y esos
propósitos que nos hacemos para ser mejores personas, se junten con estos
deseos de ser mejores cristianos.
Pero el regalo no se queda
ahí. El Evangelio nos presenta a un Jesús crecido y preparado para darse a
conocer al mundo. Desde el pasaje en el que Jesús se pierde en el Templo y sus
padres lo encuentran mucho más tarde, Jesucristo ha crecido bajo la tutela de
sus padres. Es, a partir de este instante en el Jordán, cuando comienza a
cumplir esa misión a la cual estaba llamado: anunciar el Reino de Dios. Y qué
mejor forma de comenzar que limpiando las aguas el Jordán de los pecados del
pueblo. Jesús asume todo aquello que la gente quiso desprenderse con el gesto
del Bautista.
La siguiente vez que hiciera
lo mismo sería con la cruz a cuestas camino del Calvario; pero, para eso, aún
quedaba mucho tiempo. Su misión acababa de dar comienzo y el Padre lo ratifica:
“Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto”.
Es el tiempo en que nosotros
comenzamos también a caminar tras Él. La renovación en esta ocasión radica en
eso, en comprometernos de nuevo a caminar junto a Él por los caminos del
antiguo Israel. Comprometernos a ser fieles a Cristo durante todo este año
participando de la fiesta de ser cristiano y de los Sacramentos. Comprometernos
a hacer cada día más grande el Reino de Dios y practicar la caridad y la
justicia allá donde estemos. Comprometernos, en definitiva, a amar sin medida a
Dios en los hermanos que nos rodean.
Vuestro párroco
No hay comentarios:
Publicar un comentario